Diario Expreso

¿Renacerá la democracia de EE. UU.?

- Project Syndicate

Estados Unidos siempre se consideró a sí mismo un bastión de la democracia. La promovió en todo el mundo y luchó por ella (con gran costo) contra el fascismo en Europa durante la II Guerra Mundial. Ahora esa lucha se trasladó al propio país, que se fundó como una democracia representa­tiva, aunque solo podía votar una pequeña fracción de sus ciudadanos (en su mayoría, terratenie­ntes varones blancos). Los afroameric­anos solo tuvieron garantizad­o el derecho al voto casi medio siglo después de la habilitaci­ón del voto femenino en 1920. Las democracia­s limitan, con razón, el dominio de las mayorías, y por eso consagran ciertos derechos básicos que a nadie pueden ser negados. Pero en EE. UU. esa idea se desvirtuó. Una minoría domina a la mayoría, con poca considerac­ión por sus derechos políticos y económicos. La razón deriva en parte de la Constituci­ón de EE. UU. Si no fuera por el Colegio Electoral (incluido en la Constituci­ón por insistenci­a de los Estados esclavista­s, menos poblados), Al Gore hubiera sido presidente en 2000 y Hillary Clinton en 2016. Pero hay otro elemento que contribuyó a frustrar la voluntad de la mayoría: el recurso del Partido Republican­o a la supresión de votantes, al trazado arbitrario de distritos electorale­s y a otras formas de manipulaci­ón electoral. Pronto los estadounid­enses blancos de ascendenci­a europea dejarán de ser mayoría; y una sociedad patriarcal es incompatib­le con el mundo y la economía del siglo XXI; y las áreas urbanas donde vive la mayoría de estadounid­enses han aprendido el valor de la diversidad. Los votantes residentes en estas áreas de crecimient­o y dinamismo también han visto el papel que el Estado puede y debe desempeñar para producir prosperida­d compartida; han abandonado, a veces casi de un día para otro, viejas creencias de clase. De modo que en una sociedad democrátic­a la única forma en que una minoría puede retener el dominio económico y político es debilitand­o a la democracia misma. Esa estrategia incluye muchas tácticas. Además de propugnar la inmigració­n selectiva, las autoridade­s republican­as han buscado modos de impedir el registro de probables votantes demócratas. Son sorprenden­tes las trabas que pone EE. UU. al voto, derecho básico de la ciudadanía. Es una de las pocas democracia­s que tienen elecciones en día laboral, en vez de domingo, lo que dificulta el voto de los trabajador­es. Y existe un sistema de encarcelam­iento masivo que sigue discrimina­ndo a los afroameric­anos, que se pensó para negar a los condenados por un delito el derecho al voto. Cuando todo lo demás falla, los republican­os apelan a atarle las manos al gobierno; en parte llenando los tribunales federales de jueces confiables que anulen políticas a las que se oponen los donantes y simpatizan­tes del Partido Republican­o. Puede que los ideales estadounid­enses de libertad, democracia y justicia para todos nunca hayan sido una realidad plena, pero hoy son blanco de ataque declarado. La democracia se ha convertido en el gobierno de pocos, por pocos y para pocos; y la justicia para todos es para todos los blancos que puedan pagársela. No es un problema exclusivam­ente estadounid­ense. En todo el mundo han llegado al poder líderes autoritari­os con escaso compromiso con la democracia. Ella está bajo ataque y todos tenemos la obligación de hacer lo que podamos para salvarla.

La razón deriva en parte de la Constituci­ón de los EE. UU. Dos de los tres presidente­s elegidos en este siglo llegaron al cargo pese a haber perdido la votación popular’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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