Diario Expreso

‘El hijo de Belcebú’, una leyenda viviente del barrio

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Cuentan que en el siglo pasado, un hombre enmascarad­o salía todas las noches a recorrer las quebradas de La Tola. Específica­mente las laderas del Itchimbía. En medio de la oscuridad, aquel espectro – cabeza cubierta con una tela negra y un hocico de cerdo brillante– hacía correr a las parejitas que se apostaban entre los matorrales del barrio.

Era ‘El hijo de Belcebú’. Y todos le tenían miedo como a la bestia más feroz. Hasta que un día, entre las tinieblas, el hombre que espantaba a los jóvenes amantes se encontró con uno igual que él.

¿Otro bromista? Nadie sabe. Quizás era el mismo demonio. Pero ese encuentro convirtió a Manuel Guerrero González en una leyenda. Y es una leyenda viviente, porque recorriend­o las angostas calles de La Tola, lo encontramo­s en un pequeño dormitorio de unos cuatro metros cuadrados sentado en una vieja silla mirando el televisor de no más de 13 pulgadas.

El hombre, nacido el 6 de diciembre de 1929 – justo en la fecha en la que se celebra la fundación de Quito– , abre el baúl de los recuerdos en su frágil memoria para contar que la máscara con la que asustaba a las parejas le había costado 1,20 sucres. Se la compró a una persona conocida como ‘El diablo ocioso’. De ahí su apodo como el hijo de la bestia.

Lo hizo durante cuatro años. Hasta ese día en el que se encontró con uno igual a él. Entonces corrió a su casa a llorar donde su madre, quien enseguida lo metió a la ducha y con agua de romero limpió su cuerpo alejando de él las malas energías – o cualquier demonio– . “Nunca más volví a asustar a la gente”, cuenta el viejito, amante de los sombreros y de la guitarra. Dedicado en la juventud a la zapatería, hoy solo tiene los recuerdos de aquella labor que le ata a La Tola.

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