El riesgo de ser chofer de bus en Guayaquil
Marcos Castro es un chofer de transporte urbano ❚ No recuerda cuántas veces le robaron, sí las heridas que estas le generaron
ciudad como Guayaquil, en la que circulan 2.600 buses y están obligados a realizar viajes hacia los barrios más apartados.
Hace poco, Marcos, quien tiene cinco hijos y anda por los 40 años, esperaba turno para su tercera vuelta del día en la estación de la cooperativa de transporte en la que labora, la Ebenezer, que opera la línea 107. En ese lugar, reflexionaba sobre su profesión. “No sé en qué momento esto de conducir buses en Guayaquil se volvió un oficio altamente peligroso”.
No tiene un registro exacto de las tantas veces que robaron en el vehículo que le tocó conducir en estos 20 años como chofer profesional. Puede hablar de lo que le ha sucedido en menos de un mes. Han sido tres veces. La última, el primer lunes de este mes. Quedó registrada en la cámara que tiene el bus. Se le llevaron los celulares y pertenencias a 20 personas. “Una señora se acercó para reclamarme. Decía que nos encompinchamos con los delincuentes. ¿Qué podía hacer, si lo primero que hizo el tipo fue apuntarme con el revólver? No somos Superman, no lo somos. Como los pasajeros, también queremos volver a casa, sanos y salvos”.
“Uno hace lo que puede”, dice, como si estuviera obligado a hacer algo. En su caso, podría asegurar que por sus experiencias con los delincuentes lo mejor es no meterse. Pero no. A pesar de las dos veces en las que pudo morir, en agosto pasado reaccionó cuando un individuo que se subió a su carro con un revólver, comenzó a robar mientras cumplía la ruta de regreso la estación.
Transitaba por la calle 29, de Gómez Rendón a Letamendi. “Al ver cerca a un patrullero, lo que hice fue cerrarle el paso. Ese día no hubo robo y se detuvo al ladrón. Le dieron cinco años y yo estoy obligado cada 12 meses a estampar mi firma para que no lo aflojen”.
La muerte es un hecho que le preocupa. Es por eso que cuando piensa en sus hijos, no los quiere en este oficio. El mayor cumplió los 18 años y ya sabe conducir, pero no, sueña con el día en el que se titule de mecánico industrial, que es lo que estudia en la universidad.
Sentado en una esquina de la calle 42 y la O, estación de la línea 107, en lo más profundo del suburbio Oeste, Marcos espera que concluyan los 15 minutos de descanso antes de reiniciar su rutina de conductor de buses, en una ciudad en la que de dos a tres veces en el día alguien que sube al bus, que parece pasajero, pero que no lo es, saca un revólver o un cuchillo y amenaza con matar si no le entregan sus pertenencias. “De verdad que yo no sé cuándo esto se volvió una profesión peligrosa”.
PANORAMA LEA MAÑANA
de buses urbanos con mayor índice de robos.