Diario Expreso

“Nos dueles; Ibarra está de luto”

Diana Ramírez fue despedida ayer por una multitud de desconocid­os que repudian su asesinato ❚ Sus familiares cercanos exaltan la valentía de la joven

- EMERSON RUBIO ■ IBARRA

La despedida de Diana Carolina Ramírez comienza en la sala de velaciones Sociedad de Artesanos, centro de Ibarra. Lilian Reyes y Germán Ramírez están sentados en la primera fila. Los padres de la joven ibarreña, asesinada por un venezolano la noche del sábado, no dicen una palabra. Solo reciben las condolenci­as, una tras otra.

Han pasado más de 24 horas desde que la víctima, rehén -durante 90 minutos- de un sujeto con el que mantenía una relación, fuera apuñalada frente a policías, ciudadanos e incluso ante los ojos de su padre. Nadie pudo rescatarla. Se desplomó allí, en la calle Borja, afuera de una tienda de abastos donde hoy hay un altar en su honor.

Mauricio Castro, tío político de Diana, rompe el silencio. Dice que su sobrina tenía dos hijos, de 6 y 4 años. La relación que ella tenía con el venezolano fue muy rápida, tanto que “los familiares casi no nos enteramos”. No da más detalles.

Con apenas 16 años tuvo su primer bebé. Era una madre abnegada, dice Castro. “Muy dócil, muy cariñosa”. Oriunda de Ibarra, ella y su familia se mudaron hace poco a Natabuela, un pueblo cercano donde levantó un pequeño negocio de Internet. Vivía con su madre.

Alrededor del ataúd de Diana hay muchas flores; gente de toda la ciudad entra y sale del velorio; Castro continúa: “Estuvo en el colegio Ibarra, era una estudiante normal. Muy religiosa; su madre es testigo de Jehová”. Al mediodía don Germán y doña Lilian, desconsola­dos, abandonan la sala acompañado­s de sus hijas.

En el altar, donde el sábado se desplomó la joven, una foto que no es la suya está pegada en la pared de la tienda. En la imagen aparece una chica embarazada, quizás por eso la han asociado con la fallecida, porque, según Castro, en el momento de su muerte, Diana Carolina estaba de siete semanas de gestación.

“Nos dueles, Diana”, reza una carta junto a un ramo de flores. Lo firman Brigite, Andrea, Daniela… Otro letrero de papel muy llamativo dice: “Ibarra está de luto”. Y se siente. Todos hablan entre el susurro y la denuncia del crimen. “Estaba embarazada”, “pobrecita”, “que pague el responsabl­e”, comentan aquellos que caminan por allí. Se detienen y lamentan, algunas se persignan. Han encendido cuatro velas.

Segundo Ormaza (58 años), dice que es comerciant­e. Parado frente al altar improvisad­o por los habitantes de Ibarra y amigos de Diana, resalta que esta es la ‘Ciudad Blanca’. Que es la primera vez que ocurre un hecho como este. Pero señala que se ha vuelto insegura. De repente, un venezolano se posa a unos tres metros del lugar en el que hoy se conmemora el femicidio de Diana. Se llama Alex Estrada. Es joven y anda en bicicleta. Desde ayer ha estado encargado de colaborar con los venezolano­s que habitan en Ibarra y llevarlos hacia la vía principal, explica, para que puedan huir en buses hacia otras ciudades -Otavalo, Quito y hasta Guayaquild­ebido a los ataques xenófobos desde el sábado.

Castro no está de acuerdo con la reacción del pueblo ibarreño. Condena la xenofobia y concluye: “No queremos que Ibarra se ensucie las manos con sangre inocente”.

A las tres de la tarde comienza la misa de honras fúnebres en la Basílica de La Dolorosa. El féretro ha sido trasladado desde la sala de velaciones y está al pie de la Virgen. Su padre, don Germán, mira a través del cristal que lo separa de su hija. La eucaristía ya ha empezado, pero él se mantiene de pie una media hora. Hasta que vuelve al lado de sus otras hijas.

Lloran, dejan de llorar. Se dan la paz, reciben la comunión. El padre de la iglesia habla de la despedida de Diana, pide por su resurrecci­ón. De repente, el templo, grande y de estilo colonial, se llena de humo. Es el incienso que acompaña al sacerdote mientras bendice el ataúd. Se acaba el tiempo. Y la despedida. Levantan la caja entre unos cinco y la llevan afuera.

Una carroza se abre paso entre familiares, amigos, conocidos, no conocidos… Camino al cementerio San Miguel. Desgarrado­r. Bajo el intenso sol de la tarde sepultan el cuerpo de la joven. Una de sus familiares se desmaya. Una mujer pide perfume. Con esto reacciona y sigue llorando. Anuncian una marcha a las 17:00 del lunes. Mientras en la radio, decretan tres días de duelo.

EL RECHAZO SEGURIDAD

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HENRY LAPO / EXPRESO

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