El misterio Nebot
Cualquier político interesado en la Presidencia de la República (Jaime Nebot es uno de ellos) buscaría, por sentido común, que el gobierno de turno deje la mesa servida. Detalle que Rafael Correa no tuvo. Lo ha dicho Lenín Moreno y las cifras de la economía, el empleo, la deuda externa, el riesgo país… lo refrendan.
Apoyar un gobierno de transición se antoja, para un presidenciable, un acto de responsabilidad con el país y una inversión política rentable. Puede contribuir a que el país vuelva a la normalidad democrática, las cuentas se pongan en orden y se reinstitucionalice la vida pública. Y podría no hacerlo solo sino en el marco de un acuerdo mínimo nacional, al cual el presidente debió llamar desde el primer minuto. Todos los actores políticos sabían (y Nebot es quizá el mayor animal político del país) que Moreno, por su origen y su dilema de legitimidad, sufriría de debilidad política congénita durante todo su mandato.
Nebot no hizo esta lectura. Su apoyo al gobierno de Moreno no se tradujo en una voluntad política explícita para dotar la transición del contenido estructural mínimo que requiere el país. No usó ni usa su poder de convocatoria ni su grupo legislativo para incidir en cambios esenciales en un gobierno que, tras haber hecho una labor meritoria para desligarse del autoritarismo de Correa, no encara con la decisión necesaria la tarea económica; imprescindible para cualquier gobierno.
El líder socialcristiano ha hecho lo contrario. Dos ejemplos: se opuso a la subida del diésel para los sectores industriales y ha halado la alfombra bajo los pies del ministro Richard Martínez, apenas evocó la posibilidad de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. El alcalde de Guayaquil podrá ufanarse de algunas reformas hechas con votos de su partido en la Asamblea. Pero ante al problema económico de fondo, su actitud se inscribe en la defensa del ‘statu quo’ que administra Moreno: Ecuador se sigue endeudando, su déficit fiscal ya bordea los $9.000 millones, sus problemas de competitividad siguen intocados,
Apoyar un gobierno de transición se antoja, para un presidenciable, un acto de responsabilidad con el país y una inversión política rentable’.
el riesgo país sube y, en estas condiciones, ni llegarán inversionistas ni se reactivará el aparato productivo.
Nebot no gobierna. Es cierto. Pero su cercanía con Lenín Moreno es indiscutible y si aspira a la Presidencia lo obvio sería aupar los cambios que necesita hacer el gobierno para sacar al país de la zona de cuidados intensivos en la que se encuentra. ¿Por qué no lo hace? Su biografía política, sobre todo desde que es alcalde de Guayaquil, prueba que ha convertido su gestión en referente único, conceptual y político, de su derrotero. Nebot piensa, equivocadamente, desde hace más de una década, que su gestión municipal puede ser un modelo para el país. Ese antecedente faculta a preguntarse si le interesa realmente, en la perspectiva de un triunfo presidencial, que Moreno le deje la mesa servida.
El hecho cierto es que esa urgencia nacional no parece movilizarlo. Dos factores, en particular, no calzan en su estrategia: apoyar cambios de fondo lo expondría a usar parte de su capital político, porque es innegable que poner las cuentas en orden sacará a muchos ciudadanos a la calle. Dos: no le interesa apostar al referente nacional porque lo que le resulta rentable políticamente es crear un desfase entre el Estado (famélico antes de Correa y obeso con él) y su supuesto modelo municipal exitoso.
Por eso su apoyo se limita a que Moreno sobreviva. Y Moreno, sin aliento político, no tiene otra estrategia que patear todos los balones hacia adelante.