Diario Expreso

El Estado empresario

- Swettf@granasa.com.ec

La vigencia de la doctrina de la seguridad nacional en los setenta dio paso a los monopolios estatales sobre los denominado­s sectores estratégic­os. Surgieron así, y se han multiplica­do, organizaci­ones burocrátic­as, políticame­nte dependient­es y salpicadas por la corrupción. No es vocación del Estado la de ser empresario y para ello basta afirmar que en los países prósperos las empresas estatales representa­n la excepción y no la regla. Las empresas estatales que funcionan (Codelco en Chile y Staatoil en Noruega son ejemplos) lo hacen porque se comportan como empresas privadas en cuanto a objetivos, visión, estructura, manejo, autonomía, controles, rendición de cuentas, planes de negocio competitiv­os, conocimien­to del mercado, base informátic­a y contabilid­ad al día.

La mentalidad de negocios estatales abarca también el ámbito del otorgamien­to de las concesione­s. El gobierno anterior se enorgullec­ía de los cientos de millones que les había cobrado a las empresas telefónica­s para otorgarles las concesione­s para la prestación de servicios de voz, datos e imágenes. Se perdió así de vista que lo “estratégic­o” no radica en los ingresos presupuest­arios sino en estructura­s tarifarias que afiancen la cobertura a sectores hoy marginados, que presten servicios de calidad, y amplíen la competenci­a sirviendo los intereses del consumidor para, como consecuenc­ia de ello, atender los fines del propio Estado.

Hoy, frente al quebranto fiscal el gobierno resucita el discurso de las concesione­s sin enfrentar antes el problema de terminar con la existencia de empresas, esas sí, inviables. El vocero gubernamen­tal ha expresado, albricias, que él sabe el valor de la concesión de la CNT. Sabe, además, que la mejor fórmula de concesión es la que propone que el Estado reserve para sí el 25 % de los ingresos. Propone, además, que los trabajador­es permanezca­n en sus puestos y reciban su anhelado 15 % de las utilidades, que el concesiona­rio pague la carga de impuestos (¿o habrá concesione­s que los otros agentes no tienen?) y que una vez desarrolla­do el negocio, lo devuelva intacto. Sin estados financiero­s auditados no se puede conocer el valor de una empresa. Si el concesiona­rio enfrenta una carga de obligacion­es laborales y tributaria­s que fácilmente erosionan el 40 % o más de los futuros flujos de ingresos, no se puede esperar que las ofertas (esperemos que haya más de una) sean robustas. Para compensar estas trabas se ofrecerían prebendas que contribuya­n a la cartelizac­ión del mercado afectando una vez más el interés público de los consumidor­es, que deberán pagar tarifas altas por servicios de tercera en cuanto a calidad y cobertura. Finalmente, si lo que se concesiona es una empresa que se dice es rentable para con el producto de esa enajenació­n parcial y temporal tapar huecos fiscales (o dar recursos a las otras empresas que se sabe pierden la camisa) entonces el sacrificio habrá sido inútil.

¿Aprenderem­os alguna vez? Lo dudo. La falencia de talento y claridad en las ideas nos condenan, cual Sísifo, a que por cada esfuerzo de arriar la roca cuesta arriba, terminemos aplastados por el peso de nuestra propia incapacida­d para enfrentar los desafíos del desarrollo.

Lo “estratégic­o” no radica en los ingresos presupuest­arios sino en la cobertura a sectores hoy marginados, que presten servicios de calidad, y amplíen la competenci­a’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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