Qué economía queremos
En noviembre de 2018 las autoridades monetarias expidieron la Resolución No. 471 -2018-F por la cual se modificó el modo de cálculo del costo financiero para los usuarios de tarjetas de crédito. Esta forma de cálculo que ya regía hasta diciembre de 2016, establecía en lo más trascendente que “cuando el pago realizado corresponda al mínimo a pagar, o se realice un pago parcial que exceda al mínimo a pagar pero no sea total, se cobrará el interés correspondiente y únicamente sobre los valores pendientes de cancelación, el cual se calculará desde la fecha de realización del consumo”. Al hacerse público el tema, a través de las redes sociales muchas personas hicieron una fuerte crítica a la resolución, al punto de que la presión obligó a que en la noche del jueves pasado las autoridades den marcha atrás. En este punto vale la pena que reflexionemos, para que después no nos estemos quejando de que el Estado se mete en nuestras vidas y decisiones económicas.
Creo que es función del Estado cuidar los derechos del consumidor a través del estímulo a la competencia. El asunto es qué tan bien está funcionando el mercado y qué tan buenas decisiones aisladas de competidores existen, de manera que el consumidor pueda escoger lo que más le conviene.
Si la competencia funcionara no habría tanto “revulú”. Acaso alguna tarjeta de crédito saltó y dijo: nosotros no vamos a cobrar esos intereses: ¡consuma con la nuestra! Según la Teoría de Juegos habría bastado que una abiertamente desafíe al resto, para que el mercado juegue su papel de tutela del consumidor. No, no pasó nada de eso. No puedo afirmar que existe un comportamiento de cartel en el sector, porque eso sería temerario, pero puedo expresar mi sorpresa de no haber visto medidas aisladas en algún competidor. Ese es el problema de fondo, y por eso el Estado justifica meterse en nuestras decisiones económicas y “darnos cuidando”.
Si no queremos que el Estado se meta a imponer precios y distorsiones que provoquen escasez, entonces hay que competir en buena lid y matarse en nombre del consumidor. Esa es la economía que queremos.
Si la competencia funcionara no habría tanto “revulú”.’