Quién fiscaliza al fiscal
EDITORIAL
Además de tener la enorme responsabilidad -y desgaste- de poner rostro y marcar el ritmo de las investigaciones que conduzcan al castigo de los que saquearon al país y dejaron a los ecuatorianos sin su merecido progreso y sin ilusión, quien ejerce de fiscal general del Estado se beneficia de un blindaje que no siempre se usa exclusivamente para garantizar la independencia de la Justicia ante arremetidas externas. El Gobierno no puede deponer a la máxima autoridad fiscal. Tampoco la oposición. Tampoco los ciudadanos.
Paradójicamente, Ecuador ha experimentado en su etapa reciente más convulsa en temas de corrupción con cinco fiscales generales. Cada uno ha dejado su huella. Uno por su incapacidad -por no decir falta de voluntad- de impedir que se abuse del Estado y de sus recursos. Otro por lanzar las investigaciones que el pueblo ansiaba sin conseguir despojarse de la sombra de la sospecha sembrada por sus amistades pasadas. Al tercero ni se lo sintió. Y el cuarto se salió por el primer desvío que catapultaba su carrera profesional personal fuera de las encrucijadas que se le venían encima. La quinta autoridad fiscal comienza a cosechar los amargos frutos de la lentitud con la que se depuran los casos de corrupción más escandalosos.
Ninguno de los que salieron se fue por sus logros ni por sus errores. La excepcional destitución del primer fiscal de la era morenista ni siquiera resolvía los cuestionamientos sobre su proceder. Se le cruzó otra trama oscura.
Todo se saldó con una sociedad reducida a mera espectadora. Sin voz ni voto. Como resultado no ha
Ecuador ha tenido cinco fiscales en su etapa reciente más convulsa en temas de corrupción. Pero ninguno se fue por la fiscalización de su trabajo en la búsqueda de responsables’.
quedado nada más que impaciencia, desconfianza y sensación de impunidad, a la espera de que los únicos que pueden fiscalizar al fiscal -su número dos en el cargo de subrogante y la Asamblea- tengan la valentía y los intereses alineados con la justicia social y el bienestar de todos para actuar cuando corresponda. Pero la fe no alcanza.
Entretanto, se lanzan grandes promesas, se buscan nuevos socios en el extranjero con la esperanza de que contagien a las investigaciones internas de la credibilidad e independencia con la que llegan, se crean nuevos organismos -pese a la escasez presupuestaria- y, entre tanta confusión, se cuela un espía gubernamental en el nuevo frente anticorrupción que debería estar conformado exclusivamente por esos órganos que disfrutan de blindaje precisamente para garantizar que cumplan su rol con pulcritud.