Lo racional de la incongruencia
“Junto a mi equipo de campaña, previo al debate de mañana, lamento que el candidato oficialista falte el respeto a ecuatorianos al no presentarse”. Cynthia Viteri. 24 de enero de 2017. A partir de esto, las críticas. Incongruente. Antidemocrática. Incluso, leninista. La consigna: candidato que no debate no merece tu voto. ¿Es esto cierto? El argumento es que este ejercicio permite a los ciudadanos “conocer las propuestas”. Según parece, es el único canal. No existirían o no tendríamos acceso a entrevistas radiales, cuenta en redes de los candidatos, reportajes en TV. Quitémonos ese lugar común. El debate no es para “evaluar y contrastar” planes de gobierno. Es para ver quién ataca más y quién se defiende mejor. Ante esto, los demás participantes atacan al primero. La forma de estar bajo el reflector. Y material para criticar a Cynthia hay de sobra: cualquier cifra negativa de Guayaquil es suya. Y así. 16 contra 1. ¿Para qué exponerse a eso? Para qué defenderse si su campaña “Sigue, Guayaquil, sigue” predica el éxito. Para qué exponerse, si no lo necesita. Nos guste o no se comporta como un actor racional. Para contrarrestar: “nuestro debate, Cynthia y los jóvenes” (de la 6, para la 6). Recuerdo de la época correísta. De quien siendo ganador nos contenta con dádivas. Pantomima. Por otro lado tenemos un actor congruente, pero no sé hasta qué punto políticamente inteligente. Guillermo Lasso. En plenas elecciones su bancada votó a favor de la ratificación del art. 98, a favor del proteccionismo estatal. En contra de la apertura comercial. Contra el valor central y diferenciador de CREO. No le tembló la mano al líder al públicamente ponerlos en su lugar. Diferente. Ver a un político admitir incoherencias en sus filas. Admitir que no hay disciplina de bloque. Ni que tiene el control. De sorprenderse. Especialmente porque lo hace en un momento en que debe mantener vivo el discurso de “somos la mejor opción. Confía. Danos tu voto”. Difícil de conciliar. Pero a veces la honestidad desarma. ¿Qué prevalecerá? ¿La lógica calculadora y racional, o la incomprensible pero nueva política de ‘mea culpa’? En otras palabras: ¿gana o no la pantomima?