Diario Expreso

Taisha, el epicentro del terremoto

Luis Garzón, el primer colono, cuenta cómo se vivió el sismo en la selva

- EMERSON RUBIO rubioe@granasa.com.ec ■ TAISHA

Conoció Taisha cuando su nombre era Taish. Solo había árboles y una pista de aterrizaje. Él, agricultor sin tierras, se enamoró de ese verde puro. Entonces, fletó un Aeroamazon­as y lo convirtió en un arca: metió perros, gatos, dos vacas, cuyes... y a toda su familia. Y partió hacia el corazón de la selva virgen de Morona Santiago. No es Cristóbal Colón ni Noé. Se llama Luis Garzón, tiene 78 años y en el poblado todos lo conocen como el Colono.

La vida en Taisha, donde el Instituto Geofísico situó los epicentros de dos de los tres fuertes sismos que sacudieron el país el viernes en la madrugada (de 7,5 y 5,9 grados), transcurre con soberbia tranquilid­ad. Es la zona cero, pero a nadie parece importarle. Ni siquiera a Luis, quien desde hace 51 años vive en esa zona selvática y sostiene que es la primera vez que ocurre un sismo con tal intensidad.

Taisha está a 80 kilómetros de Macas, capital de Morona Santiago. Una carretera con profundos surcos y piedras de río, que taladran las llantas de los vehículos, conduce al cantón. Hay que cruzar dos vertientes. Subir. Bajar. Casi cuatro horas de viaje, hasta que un letrero anuncia: “Bienvenido­s a Taisha”.

Con 18.400 habitantes, en estas tierras compartida­s entre los mestizos (colonos, como ellos se llaman) y los shuar se levantan decenas de casas de madera y techo de lata. También las hay de cemento.

En una esquina, sentados en un banco, Eduardo Paladines y Ligia Sánchez hablan el sábado con un “amigo shuar” de nombre Libio Washikiat. “El temblor... Uuuh, la gente no le tomó importanci­a”, suelta Paladines. “No, la gente salió hasta en pijama de las casas”, le responde Ligia. Se contradice­n. Discuten. Libio, en cambio, cuenta que en la comunidad donde él vive (a una hora de camino desde allí) sí hubo nerviosism­o. Aunque allí las casas de paja no corren peligro de caerse.

A unos cinco minutos del centro, avanzando por una calle de tierra está la casa de Luis Garzón, el Colono. Palmeras, árboles de canela y guayusa rodean la vivienda de cemento. Sentado en un banco de madera y pelando una naranja, el hombre (cabello blanco, barba rala) habla sobre el sismo. Lo cogió dormido, como a la mayoría. Su esposa, Paz María Maldonado, de 73 años, se levantó asustada. Él se quedó entre las sábanas. A pesar de ser la zona cero, no hubo ni heridos ni daños.

Cuenta que en 1960 pisó Taish por primera vez. Con 18 años y nacido en Azuay (pero criado en Sucúa), decidió trabajar como aserrador para la Misión Salesiana. Lo trajeron hasta esta zona, cuyo nombre hacía referencia a un shuar alto y robusto, de cabello rizado y pies grandes. Era el héroe de la comunidad. Murió un año antes de que Luis y Paz llegaran en 1968 para radicarse. Y no se han ido. No saben en qué momento al nombre del pueblo le agregaron una ‘a’: pasando a llamarse Taisha.

Primero vivieron él, su esposa e hijos en una choza de paja, cubierta con un toldo de tela para que a los niños no les mordieran los murciélago­s. Después pasó lo inesperado: más personas llegaron. Se había colonizado.

Al año de su llegada, el presidente Velasco Ibarra los visitó; le pidieron una carretera. Mientras esperaban, ellos abrían el camino con machete y con la ayuda de los nuevos colonos. Medio siglo más tarde, la vía ofrecida sigue inconclusa. Sentada junto a su esposo, Paz afirma orgullosa: “Nosotros abrimos Taisha”.

En esta localidad la gente se dedica a la agricultur­a y ganadería. Sobre todo los colonos. Luis ya no puede hacerlo. Ha sufrido un infarto, trombosis, parálisis y tiene diabetes. Tampoco escucha por el oído derecho. Pese a ello, sigue fuerte; lo evidencia su semblante. Amante de los animales, tiene dos ‘manguitos (pájaros con aspecto de cuervos) en una jaula, a los que rescató de un árbol caído; además de gatos, perros gallinas, una guanta... El arca sigue viva.

Los shuar también siembran y cosechan plátano verde, papa china... Eso dice Libio, un hombre que para sus 29 años luce mucho más adulto: piel color café oscuro, cabello lacio, manos fuertes y piernas cortas.

Cae el anochecer y la gente se guarda en sus casas. Han olvidado los sismos. Están en paz.

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