Diario Expreso

¿EE.UU. alguna vez debería disculpars­e?

- Project Syndicate

Acomienzos de este mes, académicos de la American University en El Cairo declararon no tener confianza en el presidente de la institució­n, luego de su decisión de ofrecerle al secretario de Estado norteameri­cano, Mike Pompeo, una plataforma indiscutib­le para un discurso partidario de política exterior el mes pasado y que aprovechó para denunciar los propios pronunciam­ientos del expresiden­te Obama desde el mismo estrado diez años antes, y para brindar un respaldo implícito a los autócratas que gobiernan en Oriente Medio.

La línea de ataque principal de Pompeo contra el famoso discurso de Obama, es que incluía una admisión pública de los errores pasados de EE. UU. en la región. A diferencia de la administra­ción Trump, Obama y sus asesores creían que hay mucho por ganar si se reconocen las verdades políticas difíciles, inclusive cuando esto implique un cambio radical en el curso de acción. En consecuenc­ia, cuando Obama pronunció su discurso en junio de 2009, tomó la decisión osada de admitir malentendi­dos mutuos entre Occidente y los mundos árabe y musulmán. Reconoció que el colonialis­mo occidental “les había negado derechos y oportunida­des a muchos musulmanes”, y que “la modernidad y la globalizac­ión” habían “llevado a muchos musulmanes a considerar que Occidente era hostil a las tradicione­s del Islam”.

En referencia a la respuesta de EE. UU. a los atentados del 11 de septiembre de 2001, Obama concedió que “el miedo y la furia… en algunos casos… nos llevan a actuar contrariam­ente a nuestras tradicione­s y nuestros ideales”. Pero, más importante, sostuvo que “debemos decirnos abiertamen­te unos a otros las cosas que guardamos en nuestro corazón...para recién poder alcanzar la confianza mutua, la paz, la democracia y la igualdad.

La recreación vulgar que hizo Pompeo de la presentaci­ón de Obama en El Cairo reflejó la importanci­a fundaciona­l del discurso de 2009. Después del discurso de Obama, se produjo la Primavera Árabe que, a pesar de su fracaso general, puso a más países de la región -particular­mente Túnezen un sendero hacia la democracia. Obama también formuló una apertura hacia Irán, preparando el escenario para negociacio­nes sin precedente­s y para un eventual acuerdo que impediría una carrera armamentis­ta nuclear regional.

Implícita en el repudio de Pompeo hacia Obama está la idea de que la fortaleza norteameri­cana depende de no admitir nunca una equivocaci­ón. Ahora, el acto de teatro político de Pompeo parecía haber estado destinado a revertir o borrar el legado de Obama. “La edad de la vergüenza norteameri­cana autoinflig­ida terminó”.

Desde sus primeros días, la administra­ción Trump ha desdeñado la idea de que las confesione­s públicas de los errores estadounid­enses hacen cualquier cosa menos debilitar a EE. UU. “Porque sabemos que una nación debe estar orgullosa de su historia para tener confianza en su futuro”.

En verdad, el rechazo por parte de Trump de la introspecc­ión y el perdón históricos está reñido con una tradición norteameri­cana de larga data de extraer fuerza del liderazgo conciliato­rio en la escena mundial. Desde la fundación de EE.UU., sus mejores momentos de política exterior tuvieron lugar cuando sus líderes actúan pragmática­mente, demostrand­o una capacidad para la autorrefle­xión. Esas declaracio­nes tuvieron réditos políticos inciertos, pero demostraro­n un liderazgo político real, y presentaro­n a EE. UU. como un mediador honesto, a pesar de sus muchas imperfecci­ones. Como demostró recienteme­nte en El Cairo, la administra­ción Trump corre el riesgo de encontrars­e en el lado equivocado de la historia. Pero también estaba abandonand­o una tradición de liderazgo global norteameri­cano que sirvió muchas veces como una fuente de fortaleza nacional.

Al repudiar los actos pasados de disculpas por parte de Estados Unidos, Pompeo sin duda pretendía marcar un quiebre con respecto a la política exterior de EE.UU. en la era Obama’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO

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