No permanezcamos pasivos ante el dolor del que nos pide auxilio
El hecho de que las agencias de la ONU y otras ONGS alimentasen a más de 350.000 migrantes y refugiados venezolanos en Colombia durante el 2018 y ayudasen a dar alojamiento a más de diez mil personas, es un claro testimonio que nos engrandece el alma. No olvidemos que somos esencialmente humanos y sociales. Hasta para vivir requerimos la colaboración unos de otros. Es una lástima, por tanto, que la situación humanitaria se deteriore. A propósito, NN. UU. se queja de que cada vez tiene menos fondos para responder. En ocasiones, nos falta solidaridad, la manera más evidente de un subdesarrollo moral que nos deshumaniza por completo. Los sistemas económicos no pueden girar en torno al dinero, han de circular alrededor del ser humano. Orientémonos en la donación, aunque nos traiga problemas; esto nos honra. Ojalá aprendamos a enriquecernos desde ese amor incondicional, que derriba muros y distancias haciéndonos más compasivos; ya que en toda existencia, cohabita una sola tristeza, la de no ser humanitarios. Cien millones de personas son empujadas a la pobreza extrema, cada año, porque no pueden hacer frente a los gastos médicos, según datos recientes de la OMS. Bajo este marco de debilidades, cuesta entender ciertas actitudes de frialdad humanística, cuando en realidad lo que nos ennoblece humanamente es saber acompañar a los que lloran y acompasar sus desvelos con nuestro apoyo.
Victor Corcoba Herrero