“Debe quedar como una textura sutil”
En algún lado de la Sacristía se guarda durante todo el año la cocineta a carbón que se usa el día previo al Miércoles de Ceniza. Ese día, Ernesto Quiñónez, quien hasta hace nueve años se encargaba de llenar perchas en uno de los supermercados de esta ciudad, se ocupa en quemar los misales y ramos resecos para preparar las seis libras de ceniza que los sacerdotes de la Catedral Metropolitana usa para sellar la frente de sus fieles. “La cierno de dos a tres veces. Debe quedar un polvo muy sutil”, dice este guayaquileño, quien llegó a trabajar a este lugar gracias al padre Rómulo Aguilar, cuando se desempeñaba como rector de la Catedral.
Quiñónez es uno de los cuatro sacristanes que se ocupan de ese oficio. “Nos alternamos, pero casi siempre lo hago yo. Soy el más antiguo en este tipo de menesteres”, agrega.
Ayer en la mañana, quien lo acompañaba era Abel Bermúdez, quien se encargaba de encender la fogata. Los otros restantes compañeros -Bryan Salavarría y Freddy Illescas-, estaban preocupados en acolitar una de las misas del día. “Cuando yo no puedo, ellos hacen este trabajo”.
El trabajo de recolectar la materia prima con la que se produce la ceniza de cada miércoles dura todo el año. De vez en cuando reciben ayuda de los fieles que les entregan ramos resecos o viejos devocionales.
Tal como en el resto de las iglesias católicas locales, el trabajo de juntar las cenizas se realiza en los días previos. Hay quienes la preparan una semana antes. En el caso de Quiñónez y de sus compañeros, la preparan el martes. La mañana del miércoles, disponen la ceniza en un recipiente grande de la cual las distribuyen en 10 recipientes, con las que el sacerdote que oficia la misa, junto con los sacristanes, humedecen el sello y les recuerdan a los católicos que la reciben: “Hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho”, como dice el Génesis, 3,19.