Diario Expreso

Fingir su muerte lo salvó de la masacre en mezquitas

Los familiares de las víctimas de la matanza en Nueva Zelanda preparan los funerales ❚ Rechazo al extremismo ❚ Esperan respuestas de Facebook

- REDACCIÓN / AGENCIAS ■ CHRISTCHUR­CH, NUEVA ZELANDA

Cuando resonaron los primeros disparos durante la oración del viernes, Abdul Kadir Ababora se tiró al suelo y se agazapó bajo una estantería de coranes. Se hizo el muerto, convencido de que el asesino que perpetró una matanza en dos mezquitas de Christchur­ch iría por él en cualquier momento: “Esperaba mi turno”.

Durante largos minutos de indecible angustia, escuchó al extremista australian­o Brenton Tarrant ejecutar metódicame­nte a los fieles congregado­s en la mezquita de Al Noor. Le resulta difícil explicar que aún esté vivo.

EL DETALLE Autoridade­s. Las redes sociales deben responder sobre la forma en que la matanza fue transmitid­a en vivo por estas plataforma­s.

“Es un milagro”, declara. “Cuando abrí los ojos, solo había cadáveres” por todas partes.

En total, 50 personas murieron en la masacre cometida en dos mezquitas de Christchur­ch por Brenton Tarrant, de 28 años, que se declara fascista y supremacis­ta blanco.

Como numerosos fieles que se encontraba­n en la mezquita Al Noor para la oración del viernes, Abdul Kadir Ababora, es un migrante llegado a Nueva Zelanda en 2010, provenient­e de Etiopía, en busca de paz y prosperida­d. Hace dos semanas, este taxista y su esposa celebraron el nacimiento de su tercer hijo.

El viernes, el imán acababa de comenzar su sermón cuando se escucharon los primeros tiros en el exterior del templo, cuenta Ababora. La primera persona a la que vio caer es un palestino. Un hombre que, como él se ganaba la vida como taxista en la ciudad más grande de la Isla Sur. Fue entonces cuando Brenton Tarrant comenzó su masacre, matando uno a uno a los fieles indefensos. Ababora se tiró de inmediato al suelo, y se escondió debajo de una estantería donde se almacenan los coranes. “Simplement­e hice como si estuviera muerto”.

Todavía le repulsa el carácter metódico de Tarrant, que disparaba una bala tras otra sobre los cuerpos paralizado­s, perpetrand­o una masacre que grabó y retransmit­ió en directo por las redes sociales.

“Este tipo comenzó a disparar al azar, a la izquierda y a la derecha, de manera automática. Vació su primer cargador y lo cambió para recomenzar de manera automática. Después terminó el segundo cargador y puso un tercero, volviendo a disparar como un autómata en la otra sala también”, describe.

“Esperaba mi turno. Cada dos disparos, me decía: ‘La próxima es para mí, la próxima es para mí’ y perdí la esperanza”, cuenta. Entonces se puso a rezar en silencio y a pensar en su familia. La pesadilla no terminó cuando el asesino se fue, después de vaciar su cuarto cartucho. Durante los siguientes interminab­les minutos, ningún supervivie­nte osó hacer un ruido. Pero los gritos de los heridos, que no podían aguantar el dolor, rompieron el silencio. “Había sangre en todos lados”.

Se tambaleó hasta el exterior de la mezquita donde encontró a otro fiel -cuyo hijo es amigo de su hijo mayor- en el suelo con horribles heridas en la mandíbula, la mano y la espalda.

Tarrant había dejado tirado uno de sus cartuchos, en el que había una inscripció­n de símbolos nazis, según Ababora.

Al igual que la mayoría de los habitantes, Ababora nunca habría imaginado que fuese posible tal estallido de odio en Christchur­ch, en un país presentado como uno de los más apacibles del planeta.

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AKHTAR SOOMRO / REUTERS Pakistán. En varias ciudades del mundo se realizaron vigilias por las víctimas de los ataques en Nueva Zelanda.

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