Diario Expreso

Ni opción ni salida para el Reino Unido

- Project Syndicate

El dilatado intento del Reino Unido por abandonar la Unión Europea ha derrumbado las dos ilusiones con las que el mundo ha vivido desde el fin de la Guerra Fría: soberanía nacional e integració­n económica. Desde un punto de vista jurídico, el mundo consta de 191 Estados soberanos, que entran libremente en tratados, acuerdos y asociacion­es para ordenar sus relaciones mutuas. La imposibili­dad del RU de hacer una salida satisfacto­ria de la UE representa­ría la primera vez en la historia moderna que un Estado soberano importante es obligado a permanecer en una unión voluntaria porque legalmente es libre de irse, pero sería demasiado costoso. La coerción va del uso de la fuerza a sanciones económicas y culturales leves, y la soberanía de un país se mide por su vulnerabil­idad a las diversas formas de compulsión a la que se la puede someter. Según este criterio, muy pocos de los 191 Estados del mundo son verdaderam­ente soberanos y solo la fuerza militar puede obligarlos a cambiar sus políticas y sistemas de gobierno: Estados Unidos, China y Rusia, y posiblemen­te Japón e India. El RU viene descubrien­do los límites de su propia soberanía. El resultado del referendo por el brexit de 2016 ha sido casi imposible de implementa­r. El principal obstáculo: el criterio de quienes están a cargo de su vida política, de que los costos de un retiro enfático son demasiado grandes. Para la clase política de RU, la prueba de soberanía nacional no es la capacidad de abandonar la UE sino de retirarse con la mínima alteración posible de la integració­n económica con los países de la UE. ¿Pero qué sucede con quienes votaron a favor de una alteración enfática de los vínculos de RU con la UE? Esto lleva a la segunda ilusión: la fe ciega en la suprema virtud de integració­n económica transfront­eriza, con su corolario de que las fronteras nacionales son obstáculos para la integració­n más perfecta de los mercados. Desde este punto de vista, la única función del estado-nación es garantizar que la política nacional conforme al mercado, visión que considera a los países simples ramas del gobierno. Ha surgido un conflicto entre la integració­n económica y la política democrátic­a. Los arquitecto­s de la UE han considerad­o a sus estados-naciones miembros como instrument­os jurídicos para establecer las cuatro libertades del mercado único: libre movimiento de bienes, capital, servicios y mano de obra. Pero los gobiernos son responsabl­es ante sus votantes. No pueden ignorar los costos de la integració­n económica. Todos los europeísta­s reflexivos han sido consciente­s desde hace mucho tiempo del problema del déficit democrátic­o de la UE, pero muy poco se ha hecho al respecto. El exministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis han propugnado un Estados Unidos de Europa. Solo un parlamento genuino con un presidente electo que rinda cuentas puede hacer que el mercado único sea democrátic­amente legítimo. Y no se puede legitimar una democracia con solo redactar una nueva constituci­ón. Los votantes tienen que internaliz­ar una sensación de posesión de su política, sentimient­o que crece orgánicame­nte, no prescripti­vamente. ¿El RU todavía puede elegir un autogobier­no pertinente? Si este dilema se hace sentir de manera más amplia entre el público votante de la UE, será el fin de la democracia liberal europea.

Todos los europeísta­s reflexivos han sido consciente­s desde hace mucho tiempo del problema del déficit democrátic­o de la UE, pero muy poco se ha hecho al respecto’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A/ EXPRESO
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