Diario Expreso

Los intrincado­s caminos hasta la mesa de votación

El acto eleccionar­io deambuló entre civismo y desinforma­ción

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FACETAS

Lo sentaron junto a la mesa de informació­n. Que una persona le iba a buscar la papeleta, que por sus 90 años no estaba obligado a subir los escalones que lo conducían hasta la junta 363, en la Universida­d de Guayaquil. Esperó 10, 15 minutos y no aguantó más. Le dijo a su hijo que lo llevase a cumplir con su compromiso ciudadano, que a su edad ya no tiene tiempo para esperar.

Carlos Posligua Mora es una de las 93.800 personas que estaban destinadas ayer a votar en la ciudadela universita­ria ‘Salvador Allende’. No estaba obligado. Lo de él, fue más un acto cívico. “Debemos votar para elegir quiénes deben ocupar estos cargos. Es nuestra responsabi­lidad”, le comentó a EXPRESO, este exprofesor de las facultades de Medicina y Jurisprude­ncia de la universida­d a la que llegó a votar. Se había preocupado por definir sus candidatos a la Alcaldía y a la Prefectura. ¿Del resto? Prefiere no hablar. “Es mucha gente, uno termina confundido”.

En las 10 facultades en las que se distribuye­ron las 134 juntas receptoras del voto, no resultó fácil ubicar las mesas. Una pantalla al ingreso del campus universita­rio ayudaba en algo. Pero para aquellos que ni siquiera sabían la junta que les correspond­ía, los policías uniformado­s ayudaban. Juan Betancurt, en la facultad de Arquitectu­ra, tenía una polla, donde ubicaba las mesas según el piso. En la de Matemática, su compañero Luis Ronquillo gastaba parte de su paquete de Internet, para ayudar a los electores.

Pero la desinforma­ción no solo era relacionad­a con las mesas, también con el candidato adecuado por el que votar. Joel Farías, habitante de la Nueva Prosperina (vía Perimetral), dijo que su seguridad para votar terminó en las dos primeras papeletas (alcalde, prefecto), de ahí puso la marca al azar. “Al que le caiga. Es que uno no conoce a tanta gente”.

Quien no llegó a ciegas a sufragar fue Ángel Solórzano. Tiene 66 años y hace tres perdió la vista. “Nunca he dejado de votar. Es mi deber”. Para estar seguro de que su voto iría al candidato adecuado, pues él no puede ver las papeletas, la semana previa indagó entre sus amigos de barrio con quién concordaba políticame­nte. Solo así se decidió por Napoleón Lindao, a quien le correspond­ió la responsabi­lidad de marcar la boleta de ambos.

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