Diario Expreso

Dunning-kruger

- ✑ JAIME ANTONIO RUMBEA Twitter@tonorumbea

Existimos dos tipos de personas. Aquellos sin empacho en decir bobadas en cualquier circunstan­cia y aquellos apenados de no siempre saber bien qué decir. Aunque parezca, ninguno de los dos caracteres son necesariam­ente idiotas.

Cualquiera que sea la validez de sus argumentos, la forma en que las personas los expresan pesa más en su credibilid­ad y en su aceptación que el contenido. Alex Todorov probó hace décadas que las audiencias creen en las personas por la forma de su cara más que por lo que dicen. En un pantallazo

de milisegund­os queda determinad­a la credibilid­ad del candidato, fenómeno que explica el absurdo parecido entre los más exitosos políticos. Su tocayo Alex Pentland, analizando salas corporativ­as, descubrió en cambio que obtiene adhesión quien se expresa con consistenc­ia acústica, sin cambios de ritmo ni silencios, independie­ntemente del contenido del argumento.

En conclusión, puede uno ser bien pendejo y lucir convincent­e con un maxilar prominente, un cuerpo fornido y depurada elocuencia. Prueba es la decena de ex presidente­s latinoamer­icanos con futuro y familias comprometi­das por la corrupción, evidencia suficiente del grado de estupidez que no les impidió acceder al poder. No es cuestión de electorado­s ignorantes, pues en el hemisferio norte tampoco tienen mucho que enseñarnos al respecto.

Dicho esto, por encima de nuestras inexplicab­les limitacion­es cognitivas -surreales, ¿no?hay algo probado también científica­mente que nos permite determinar nuestro propio nivel de estupidez -o el de nuestro interlocut­or. Se llama efecto Dunning-kruger y

En conclusión, puede uno ser bien pendejo y lucir convincent­e con un maxilar prominente, un cuerpo fornido y depurada elocuencia’.

tiene una medida muy concreta, que nos invita a la introspect­iva.

Dice así: las personas más competente­s subestiman sistemátic­amente su entendimie­nto o habilidad, mientras las personas incompeten­tes sobreestim­an sus capacidade­s. La duda y el autocuesti­onamiento, en resumen, son todo menos signo de ignorancia. De allí el viejo dicho: el hombre sabio cuando calla dice más que el tonto cuando habla. Agrego yo: si errar humano es, ¿quiénes son esos seres tan seguros de su comprensió­n de este complejo mundo?

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