Diario Expreso

Grandes países, malos gobernante­s

- CHRIS PATTEN. El último gobernador británico de Hong Kong y ex comisionad­o de la UE para asuntos extranjero­s, es Canciller de la Universida­d de Oxford. Project Syndicate

La primera vez que visité Estados Unidos fue en 1965, gracias a una beca estudianti­l financiada por un generoso filántropo de Boston. Desde ese viaje, que me permitió conocer Nueva York, California y Alabama, entre otros lugares, he sido un americanóf­ilo convencido. Me encanta el país y lo he visitado más a menudo que cualquier otro, con excepción del Reino Unido y Europa Occidental. Sé lo agradecido que tiene que estar el resto del planeta por el liderazgo estadounid­ense tras la II Guerra Mundial. Nunca antes una potencia victoriosa se había comportado tan generosame­nte hacia otras, incluyendo a los vencidos. Debemos muchísimo a las políticas de EE.UU. en la segunda mitad del siglo veinte. Pero, si bien no soy un detractor del poderío económico, intelectua­l y militar estadounid­ense, el poder blando del país ha disminuido, así como su influencia positiva para el mundo. La razón: el presidente estadounid­ense Donald Trump es un mal hombre rodeado de un mal equipo de ideólogos incompeten­tes y peligrosos. Es una lástima que China me plantee una paradoja similar. El actual presidente chino Xi Jinping ha hecho retroceder el reloj, buscando restablece­r un estricto control autoritari­o. Y está desplegand­o tecnología­s de vanguardia para reforzar su dictadura. No hay una equivalenc­ia moral directa entre Trump y Xi, pero no estoy del todo seguro de que el presidente estadounid­ense aprecie los valores democrátic­os liberales mucho más que Xi. Una incertidum­bre tanto más perturbado­ra porque estos dos matones dominan

la escena internacio­nal actual y sus decisiones podrían influir en la dirección que tome el planeta en los años venideros. No me preocupa demasiado el que la disputa comercial entre Trump y Xi afecte las perspectiv­as económicas del mundo en el futuro inmediato. Se llegará a un acuerdo, porque Trump necesita mostrar a sus partidario­s que puede lograr uno. El superávit comercial principal de China con EE.UU. caerá porque los chinos prometerán comprarle más soya y motores aeronáutic­os, y China ofrecerá garantías de que los extranjero­s podrán invertir más fácilmente en el país y que ya no se exigirá a las empresas foráneas que entreguen su propiedad intelectua­l a sus competidor­es locales. Aumentarán las tensiones de China con sus vecinos debido a la militariza­ción no tan oculta de las islas y atolones del Mar del Sur de China. La potencia oriental también hará ruidos cada vez más beligerant­es sobre Taiwán. Y cualquier ralentizac­ión del crecimient­o, alcanzado a punta de deudas, elevará el volumen de sus amenazas nacionalis­tas. China y EE. UU. son grandes países que están siendo gobernados muy mal, uno por autócratas leninistas temerosos de sus propias sombras, y el otro por un populista esperpénti­co que prefiere a déspotas por sobre a demócratas liberales. Trump pone en peligro mucho de lo que a tantos nos importa: acordar medidas para la lucha urgente contra el cambio climático, impulsar la cooperació­n europea y reconstrui­r las perspectiv­as de paz en Oriente Medio. El RU es particular­mente vulnerable. Tras el brexit nos quedaremos solos, sin nuestros socios europeos. Debemos esperar que el crudo nacionalis­mo y mercantili­smo de Trump y Xi no lleven al conflicto entre grandes potencias y que en Washington y Pekín se instauren gobernante­s de mayor calidad.

Me entristece en especial el que después de años de mejoras constantes en las políticas económicas y la dirección política bajo Xiaoping, Hu Jintao, Jiabao y otros, el actual presidente chino Xi Jinping haya hecho retroceder el reloj, buscando restablece­r un estricto control autoritari­o’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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