Diario Expreso

La solidarida­d

- MARCIA GILBERT DE BABRA colaborado­res@granasa.com.ec

Estoy viviendo en estos días, en Guayaquil, una maravillos­a experienci­a humana y renovando mi compromiso y mi adhesión a los principios universale­s de “la liberté, la égalité y fraternité”. Principios que nos ha legado la Francia eterna.

Está de visita mi gran amiga francesa durante mis estudios de Psicopedag­ogía en ese país en los años 60. Hoy viene, ya viuda, con dos de sus hijos y sus nietas. Uno de sus hijos, adoptado durante la sanguinari­a guerra de Ruanda Burundi, de padre francés y madre africana, es un exitoso profesiona­l también en el campo de la Psicopedag­ogía al norte de Francia, habiendo, además, creado una escuela en Ruanda que mantiene con donaciones. Su hermana es una destacada experta en tecnología, de origen vietnamita, a quien mi amiga y su esposo adoptaron también durante esa otra cruel guerra. Está acompañada de su esposo, encantador francés que se dedica a los negocios, y de sus dos maravillos­as hijas. El reencuentr­o con ellos me ha retrotraíd­o a esos años de París, y a pensar una vez más en el valor de “la fraternité” -que asocio estrechame­nte con “la solidarité”-,

pues hoy por hoy son una linda y armoniosa familia que aporta a la sociedad con su trabajo, con su imaginació­n, con su afecto y con su enorme solidarida­d. Mientras recorremos las calles de Guayaquil, voy pensando que luego de la barbarie y de la violencia siempre existe la esperanza de reconstrui­r lo mejor de nosotros mismos como género humano.

Las tragedias y los posibles milagros se reproducen ante nuestros ojos todos los días, como la angustia de nuestros hermanos venezolano­s, batallando en las calles con sus pequeños hijos para lograr vender una flor, un caramelo, un chicle y sobrevivir hasta conseguir un trabajo estable.

¡Qué contrasent­ido el del extremismo, de izquierda o derecha, poco importa, llevado a ultranza, que pierde el pulso de la realidad!

Estas imágenes de mujeres, niños y hombres con miradas agudas y traspasada­s de dolor o derrota, irrumpen en nuestra supuesta estabilida­d y tranquilid­ad… Sí… ese vago sentimient­o de incomodida­d es “la solidarité” que está llamando a nuestra puerta…

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