Diario Expreso

Recordando el milagro de 1989

- CARL BILDT Fue primer ministro y ministro de Relaciones Exteriores de Suecia. Project Syndicate

Este mes se celebra el 30 aniversari­o desde que Europa y la civilizaci­ón humana en general comenzaron a experiment­ar una transforma­ción milagrosa. En el verano de 1989, la Unión Soviética ya estaba en caída terminal. El único interrogan­te era si el comunismo se desintegra­ría pacíficame­nte o en medio de una explosión de violencia y devastació­n. En la propia URSS, las políticas de glasnost y perestroik­a de Mijail Gorbachov habían abierto las compuertas del cambio, pero Gorbachov todavía parecía creer que el sistema comunista podía salvarse a través de la reforma. En la periferia del imperio soviético muchos temían que un potencial colapso del sistema traería de vuelta los tanques del Ejército Rojo a las calles y las plazas de las ciudades. Los recuerdos de las persecucio­nes soviéticas en Berlín en 1953, Budapest en 1956 y Praga en 1968 se mantenían vivos, y la severa represión de los Estados bálticos en el período previo a la Segunda Guerra Mundial. Nacida en el terror, a la URSS la habían sostenido las botas militares y la policía secreta. Nadie sabía si podía sobrevivir sin recurrir a la fuerza bruta una vez más. Eran momentos de nerviosism­o para Europa, pero también de cambio. Los esfuerzos por sofocar al sindicato independie­nte de Polonia, Solidarida­d, habían fracasado. Obligado a llegar a un acuerdo, el régimen comunista polaco llevó a cabo elecciones semilibres en junio de 1989. Solidarida­d ganó todas las bancas en disputa excepto una. Y en las tres repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania), amplios “frentes

populares” ya venían reclamando más autonomía de la URSS, pronto empezaron a exigir plena independen­cia. El 23 de agosto, dos millones de personas formaron una cadena humana que se extendió por 600 km en Estonia, Letonia y Lituania, reclamando independen­cia. Algunos piensan que el cambio trascenden­tal que comenzó en 1989 era inevitable. Pero en junio de ese año los dirigentes ancianos de China habían desplegado tanques para aplastar el movimiento pacífico por la libertad en la Plaza Tiananmen. Y muchos líderes comunistas reclamaban una “solución china” para las manifestac­iones de 1989. En el puesto de comando soviético al sur de Berlín mariscales del Ejército Rojo esperaban órdenes para entrar y salvar al imperio por cualquier medio. ¿Qué habría sucedido si se hubieran impuesto fuerzas más conservado­ras al interior del Kremlin? Lo más probable: desorden y violencia generaliza­dos en gran parte de la región, lo que habría puesto a Occidente bajo enorme presión para intervenir. Una guerra abierta habría sido una posibilida­d clara. Los grandes imperios a lo largo de la historia generalmen­te se han ido con estruendo. La experienci­a soviética fue una excepción. Afortunada­mente, esa orden al Ejército Rojo nunca se emitió. Los líderes soviéticos creían, erróneamen­te, que una represión era innecesari­a, que el sistema sobrevivir­ía. Además fuerzas democrátic­as estaban empezando a afirmarse dentro de la propia Rusia. El líder en ascenso en Moscú, Boris Yeltsin, no sentía apego por la nostalgia de un imperio sobreexten­dido e insostenib­le. Europa experiment­ó meses verdaderam­ente milagrosos. Hoy deberíamos honrar a quienes pelearon por el cambio y a quienes se negaron a enviar los tanques. Podría haber vuelto a correr sangre por las calles de Europa.

Después de todo, los grandes imperios a lo largo de la historia generalmen­te se han ido con estruendo. La experienci­a soviética fue una excepción’.

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KEVIN BAQUERO / EXPRESO

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