Diario Expreso

Las Águilas Negras, la marca sin rostro que se anida en Colombia

Desde inicios de este siglo ese nombre se asocia a la violencia política ❚ Es una organizaci­ón clandestin­a y antiguerri­llera que se creía oficialmen­te extinta

- DIEGO LEGRAND AFP ■ BOGOTÁ

AYovana Sáenz se le heló el cuerpo cuando leyó aquel mensaje en su celular. Descubrió que era objetivo militar de las Águilas Negras, la tenebrosa marca tras la cual se esconden narcos, paramilita­res o agentes estatales para generar terror en Colombia.

“Ustedes no son mujeres que se dejan amedrentar fácilmente, por eso el único camino que queda es la muerte”. La notificaci­ón fue enviada por Whatsapp el 20 de agosto a seis personas, pero en ella revivió una huella indeleble.

Hace diez años, dos hombres armados la violaron en Cazucá, un municipio aledaño a Bogotá donde vivía. “Vales menos que una bala”, le dijeron. Yovana pagó en carne viva su defensa de las mujeres víctimas del conflicto armado, como otras lideresas de su colectivo, también ultrajadas.

Aún llora al recordar la pesadilla. “Cada vez que llega una amenaza yo me enfermo. Me da pánico que me vuelva a pasar algo a mí o que les pase algo a mis hijos por una labor que es defender derechos humanos”, dice Sáenz, de 44 años, mientras atiende a AFP en el centro de Bogotá, lejos de su casa, por seguridad.

Detrás de sus temores están las Águilas Negras, la organizaci­ón clandestin­a y antiguerri­llera que se creía oficialmen­te extinguida, pero que revivió con un logo: un águila de alas negras, cabeza y cola blancas, con las patas agarrando dos fusiles.

“No hay una sola captura, no

le han tomado fotos a ningún campamento. Se coincide en que es (...) una sigla de algo que existió y que sigue siendo utilizado”

para amenazar con distintos propósitos, dice Camilo González Posso, del Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz.

El siniestro nombre se escuchó por primera vez a principios de siglo en el noreste del país, cerca de la frontera con Venezuela. Bajo ese término se agruparon unos 800 paramilita­res, según la estatal Comisión Nacional de Reparación y Reconcilia­ción.

Luego de la desmoviliz­ación de las milicias de extrema derecha (que llegaron a sumar unos 30.000 hombres en todo el territorio), las siglas cayeron en un olvido relativo hasta poco después de la firma de la paz con las poderosas FARC en 2016.

Entonces se desató un nuevo ciclo de violencia, con asesinatos selectivos, amenazas y destierros, en las zonas dejadas por los rebeldes marxistas que no fueron ocupadas rápidament­e por el Estado, donde persiste el narcotráfi­co.

Dentro de los responsabl­es, sobre todo de las intimidaci­ones, se repite un nombre: el de las Águilas Negras.

Su ola de terror golpea lugares tan alejados como la ciudad de Cali en el suroeste, Soacha en el centro o Aguachica en el noreste.

Los panfletos con ultimátums que llevan esa marca tienen como destinatar­ios a opositores como el excandidat­o presidenci­al Gustavo Petro, activistas de derechos humanos e indígenas que promueven los acuerdos de paz y defienden sus territorio­s.

El tema ha escalado hasta convertirs­e en prioritari­o para las autoridade­s por la zozobra e intranquil­idad que genera, indica José Restrepo, del cuerpo élite de la policía que indaga amenazas a activistas. Pero el cuerpo especializ­ado de la Fiscalía, creado hace un año para este tema, aún no logra determinar qué es o quiénes son las Águilas Negras.

Policía y analistas coinciden en que puede tratarse de una fachada tras la cual se esconden políticos, remanentes de paramilita­res e incluso particular­es con el fin de amedrentar.

Las amenazas apuntan a “sectores de oposición, organizaci­ones sociales (y) movimiento­s de protesta”, nunca a “sectores de ultraderec­ha”, lo que determina que sus víctimas le atribuyan un tinte político, dice el analista González Posso.

Y aunque no se ha informado oficialmen­te de capturas o de asesinatos recientes de Águilas Negras, la Defensoría del Pueblo llamó la atención sobre un grupo que opera bajo ese nombre en barrios del suroeste de Bogotá, donde conviven líderes sociales desplazado­s por el conflicto y exintegran­tes de grupos armados.

Desde 2017 Yovana Sáenz, habitante de esa zona, ha recibido cuatro amenazas con esa marca.

El miedo la acompaña cada vez que recibe un mensaje y tiene que recorrer en transporte público (por falta de dinero para pagar un taxi o un vehículo privado) el camino de regreso a casa, acompañada por un escolta asignado por el Estado. “Si nos van a matar, que nos maten de frente, pero no así”, dice la lideresa, agotada de “tanto castigo”.

El tema escaló hasta convertirs­e en prioridad para las autoridade­s por la zozobra e intranquil­idad.

JOSÉ RESTREPO, del cuerpo de élite de la Policía

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INTERNET Bogotá. Así alumnos de la Universida­d Nacional, con ‘espantapáj­aros’, responden a las Águilas Negras.

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