Diario Expreso

La dolarizaci­ón y el Banco Central

- FRANCISCO X SWETT swettf@granasa.com.ec

El sucre tuvo una historia centenaria de estabilida­d hasta 1982 cuando, con altibajos, inició un proceso devaluator­io sostenido que culminó en 1999. La debacle de fin de siglo dio paso a la dolarizaci­ón y concluyó así el rol del Banco Central como gestor de la política monetaria. El otrora instituto emisor perdió el “señoraje” (que son las rentas que se derivan del monopolio de crear dinero), y, en definitiva, cesó en su razón de ser.

Pero se trata de un muerto que rehúsa ser sepultado. Correa vio al Central como su caja chica, jamás dudando en sacarle dinero ya fuere revaloriza­ndo el oro físico del banco y llevándose el producto de la revaluació­n como utilidades (sin vender el activo) o quitándole, para después devolverle, el Banco del Pacífico a manera de pago parcial de los $10.000 millones que el gobierno sustrajo del banco, incluyendo dineros de los depositant­es de la banca privada. Con el dinero electrónic­o se pretendió destruir el régimen monetario, mientras alguno de tantos aventurero­s concibió al Banco Central como un banco más que tiene un solo cliente de mala reputación: el gobierno nacional. Se conservó la denominaci­ón de “Reserva Monetaria” a los depósitos de terceros quienes son los únicos que tienen derecho a la libre disposició­n de los mismos, sujetos a la ley. Todas estas trafasías ayudan a explicar la falta de liquidez presente y su afectación sobre la economía pues la mayor parte de esos depósitos continúan aún secuestrad­os como

simples asientos contables. El Banco Central del Ecuador, en conclusión, es el causante del riesgo moral y material (“moral and material hazard”) que hoy sufre el país.

Frente a las pretension­es de la gerente general sobre que el Banco Central debe hacer política monetaria hay que recordarle a la autoridad que la institució­n no puede hacer operacione­s de mercado con plata y divisas ajenas. La manipulaci­ón de las tasas de interés hace del otrora instituto emisor un instrument­o de lo que se conoce como “represión financiera”. Es, en economía, un pecado capital que explica el porqué de las distorsion­es en la distribuci­ón del crédito de consumo (favorecido) y el de producción (castigado); explica, además, las altas tasas, los plazos cortos, el descalce entre depósitos y activos en los bancos, la presencia de un sistema financiero atomizado y pequeño, el agiotismo y la fragmentac­ión de los mercados financiero­s, la ausencia de mesas de dinero y la insignific­ante presencia de mercados de capital.

Cabe preguntar entonces, ¿hasta cuándo quienes no aceptan la dolarizaci­ón van a continuar en su tarea de torpedear el régimen monetario vigente? En el anteproyec­to de reformas al Código Monetario se pretende tener un régimen especial que aísle al banco de todo control de la Superinten­dencia de Bancos y de la Contralorí­a, siendo regido por una “Junta” que, por lo demás, tal como está constituid­a, no justifica su existencia como cuerpo regulador. Nada de esto es aceptable. Por lo contrario, un componente importante de la reducción del tamaño del Estado debe incluir la definición puntual de las funciones que como agente fiscal y financiero del sector público le correspond­e al Banco Central – ¡y pare de contar!

El Banco Central, en conclusión, es el causante del riesgo moral y material (“moral and material hazard”) que hoy sufre el país’.

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ADRIÁN PEÑAHERRER­A / EXPRESO
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