En el interior del Gran Hermano de la seguridad
EXPRESO acompañó a los evaluadores que monitorean las cámaras en la sala de videovigilancia del ECU-911. El pasado martes se sumaron 1.100 de la CSCG
Gilda Ávila prevé que su jornada será ‘aburrida’, bromea. Es miércoles, tiene el turno de la mañana y le toca monitorear las 25 cámaras de seguridad del distrito Florida, donde, en ese día y horario, rara vez hay emergencias de gravedad.
A las 06:00 se sienta en el cubículo 8314 de la sala de videovigilancia del ECU-911, ubicada en La Puntilla. Allí, 25 evaluadores: 10 policías y 15 civiles como Gilda, se encargan de vigilar las imágenes de las 900 cámaras que el Sistema de Seguridad tiene en Guayas. De esas, 612 pertenecen a Guayaquil.
La secretaria de profesión trabaja allí desde hace cuatro años y ocho meses, tiempo suficiente para conocer todas las zonas de Guayaquil y saber qué esperar de cada una de ellas en sus turnos. Sus 24 compañeros también monitorean entre 25 a 30 cámaras al mismo tiempo.
Sabe, por ejemplo, que cuando le toca Los Esteros, fijo detecta alguien portando armas, riñas o expendio de drogas. Los días en que le asignan Pascuales, podría reportar uno que otro accidente. Si es de noche y fin de semana, aclara, las irregularidades pueden aparecer en cualquier lugar.
Ávila no se abruma delante de los dos monitores que tiene sobre su escritorio. En ambos están distribuidas en miniatura, del porte de una pantalla de celular, las imágenes de sus cámaras. Cada 3, a veces 5 minutos, agranda una de ellas para revisarla minuciosamente. Si nota algo extraño, se queda más tiempo. En esa sala, ellos solo vigilan el movimiento de la ciudad, no reciben llamadas de emergencia.
Pero su predicción inicial falló. Ese miércoles fue todo, menos aburrido. El ECU-911 tenía menos de 20 horas de haber integrado sus cámaras con las 1.100 de la Corporación para la Seguridad Ciudadana de Guayaquil (CSCG), como parte del convenio antidelincuencial que firmaron, el pasado 15 de agosto, el Ministerio de Gobierno y la Alcaldía.
Incendios, intentos de robo, consumidores en la vía pública, accidentes de tránsito... Todos los reportes separados por apenas unos minutos de diferencia. Movido, pero nada grave, al menos hasta las 13:05.
“¡Sicariato en la Martha de Roldós! ¡Apunten la 14, por donde está un camión!”, gritó Jossie Naranjo, desde el fondo de la sala. Ella es la supervisora de los 25 evaluadores. La 14 era una de las cámaras de Ávila, que está ubicada en la calle Antonio Gómez Gault y av. Juan Tanca Marengo.
Una enorme palmera bloqueaba el lugar exacto donde dos motociclistas balearon a un hombre que se movilizaba en un vehículo blanco. La única cámara que podía enfocar con claridad el reporte era una de la CSCG, pero en ese momento estaba en mantenimiento.
Tanto los atacantes, como el conductor herido, desaparecieron del lugar. El agente Marlon Rambay era el policía que hacía par con Gilda. Mientras ella continuaba enfocando la zona para avisar cuando llegase la policía a recabar información sobre lo ocurrido, Rambay revisaba los registros de todas las cámaras cercanas. Todos los hechos quedan grabados durante 30 días para que, quienes los deseen, puedan acceder a ellos a través de una denuncia y solicitud en la Fiscalía.
Mala suerte. Como la cámara directa de la CSCG estaba apagada, poco pudieron hacer las del ECU, salvo captar la descripción de los atacantes.
Sin embargo, seis horas antes, a las 07:30, el trabajo coordinado entre ambas instituciones logró evitar un asalto en la avenida Perimetral.
Naranjo está feliz con la sinergia de ambas instituciones. Aunque el ECU no puede manipular las cámaras de la Corporación y viceversa, se amplía la cobertura de vigilancia, pues, la segunda institución tiene más puntos en el centro, que es un lugar conflictivo.
La pared delantera de la sala, que está repleta de pantallas donde se reproduce el monitoreo de los escritorios, se ha dividido en dos desde el pasado martes. En el lado derecho se proyecta lo que capta la CSCG y en el izquierdo, lo del ECU-911.
A las 07:00, en ambos lados se proyecta un accidente en Los Esteros. Francisco Tama las mira por unos segundos y le es inevitable decir que, cuando ocurren accidentes de tránsito, al menos él, siente una mezcla de impotencia, tristeza por estar detrás de la pantalla y no poder ayudar. Pero esa es su labor.
Ha habido casos en los que le ha costado mantener sus ojos en el monitor. Como cuando una madre murió arrollada y alcanzó a lanzar a su hija para que se salvara.
Él llegó a trabajar allí prácticamente desde que se inauguró el ECU-911, en 2012. El de Samborondón fue el primero a nivel nacional. Siempre sintió nostalgia con cada emergencia. Pero hace un año, cuando una chica que había sido violada llegó hasta la sala para reconocer el vehículo en el que ocurrió el delito, comprendió la importancia de su labor.
“La chica empezó a temblar cuando dimos con el carro. Lloraba, temblaba y sentimos ese dolor. Fue impactante”, recordó el trabajador, de 39 años.
Ávila, en cambio, cuenta que como ellos pueden observar ‘todo’ en detalle, lo que más le ha impactado es ver a tres jovencitos teniendo relaciones sexuales en público.
Según el hecho se deriva a la autoridad para que los desaloje o tome acciones de acuerdo con las edades de los implicados. “Nosotros vemos de todo, pero no podemos violar la privacidad de nadie”, aclara.
En cuanto a las tragedias, ella siente lo mismo que Tama, por eso trata de estar atenta a cada movimiento sospechoso, porque de eso depende de que haya o no víctimas en la ciudad. “Cuando se evita un delito es lo más satisfactorio”, afirma. Por eso, le alegra que las dos entidades se coordinen para ayudar.
A las 14:00 se alista para su salida. David Escobar ocupará su puesto por las próximas ocho horas. Le indica que la cámara 14 estará fija hasta que la Policía termine de recoger pistas del intento de asesinato.
“¿Un intento de asesinato?”, pregunta el joven al policía que ocupa el cubículo de al lado. El uniformado le explica. No se atreve a suponer, como Gilda, que ese miércoles será un día tranquilo.