La fiesta del lobby ANTIABORTO
Los asambleístas que votaron en contra de la despenalización del aborto en casos de embarazo por violación recibieron un homenaje de gratitud en Quito. Dos obispos asistieron.
Al frente, junto al escenario, se ha dispuesto un modelo a escala con muñequitos de distintos tamaños que representa las fases del desarrollo intrauterino. Pese a su apariencia de material didáctico, la maqueta tiene tanta credibilidad como un mapamundi dibujado por terraplanistas. En ella, el embrión de una semana, que con un mínimo de rigor científico y vocación realista debería parecer un gusanito, se muestra como un bebé perfecto, con sus perfectos bracitos, sus perfectas manitas, sus piernitas y piecitos listos para echarse a andar, su naricita, su boquita y sus ojitos perfectos, todo él igualito al bebé de la semana 36 sólo que panzón y chiquitico. Como si fuera un personaje de la película ‘Querida, encogí a los niños’. Son las seis de la tarde del miércoles 25 de septiembre y el acto en que los grupos integrantes del lobby antiaborto ofrecen en homenaje de gratitud a los asambleístas que defendieron la tesis de su penalización, está por comenzar. Exhibida sobre el mantel blanco de una mesa, la maqueta recoge, de alguna manera, el espíritu de la ceremonia.
Un centenar de personas no bastó para llenar el espacioso salón Pichincha del Círculo Militar en Quito. Hay obispos, pastores, grupos religiosos, movimientos de laicos, hasta militares según consta en la respectiva invitación… Asiste la crema y nata del ultraconservadurismo criollo.
Es noche de fútbol y el tráfico quiteño, más pesado que de costumbre, demora a los invitados. Grupitos de personas en impaciente espera hablan en voz bajita. Un tenue velo de susurros flota sobre las cabezas. El asambleísta de CREO Roberto Gómez Alcívar y el socialcristiano César Rohón departen con Amparo Medina, de la Pastoral Familiar, conocida por la violencia de sus exabruptos en las redes sociales. Hiperactivas damas del equipo organizador bajo el mando de María Mercedes Álvaro, de la Red Vida y Familia, evolucionan como hormiguitas trabajadoras entre la recepción y la cocina. Formalísimos jóvenes de traje gris y cabello rapado, luciendo en las solapas el dorado león rampante, símbolo de la filofascista organización Tradición, Familia y Propiedad, rodean y colman de atenciones a un anciano de bastón, sombrero negro e idénticos distintivos que parece su patriarca. Brilla con luz propia una familia (padre, madre y tres criaturas) uniformada de blanco estricto en ostensible proclama de la pureza de su causa. Y por todas partes, niños. Formalitos y obedientes, niños de todas las edades que no corretean ni levantan la voz se alistan para cumplir el papel que se les ha asignado.
Cuatro asambleístas asistieron: Gómez, Rohón, Esteban Torres y Héctor Yépez. Dos maestros de ceremonia, un hombre y una mujer, pasan al frente y, sin mediar explicación alguna, empiezan a despachar los 59 nombres de los asambleístas que votaron en contra de la despenalización del aborto en casos de embarazo por violación. Ella, una locutora de la radio Francisco Stereo, utiliza un tono de voz de empalagosa e impostada alegría que recuerda el de las cadenas de la Secom correísta cuando comunicaban supuestas buenas noticias.
En las dos pantallas gigantes que cercan el escenario se suceden los rostros de los asambleístas aludidos en medio del aplauso incesante de los presentes. Como en la ceremonia del Oscar cuando la Academia rinde homenaje a los muertos del último año, hay algunos que son recibidos con más entusiasmo que otros: precisamente los cuatro que asistieron. También hay rostros inesperados, como el de Jeannine Cruz, que no votó en contra pero se abstuvo, tras cambiar de opinión a último momento. Y otros que acaso preferirían no haber sido considerados: ahí está, por ejemplo, el intransigente correísta Juan Cárdenas recibiendo los aplausos de los ultraconservadores. Porque la cuestión es nombrarlos a todos. Los llaman “valientes”, aunque a nadie escapa que algunos de la lista están ahí por cobardía.
El acto se desarrolla con predecible formalidad: un discurso sigue al otro. El más esperado, sin duda, es el de Roberto Gómez, que toma la palabra en nombre de los homenajeados. Con serena convicción, el asambleísta de CREO defiende la justicia de su causa, celebra la victoria y fustiga a sus críticos, que “fraudulentamente quieren desmerecer esta lucha hablando de que esto es religioso y hablando del Estado laico”, sin comprender, explica, que es precisamente el Estado laico el que garantiza el ejercicio de las creencias religiosas. Confusa ecuación de la que se ha omitido uno de sus términos: la política pública. Y que se embrolla aún más cuando el asambleísta, sin una sombra de duda en la mirada, habla de su propia convicción como “una verdad absoluta”.
No es una causa religiosa, pues, pero el resto de oradores son el obispo auxiliar de Quito, Danilo Echeverría, que invoca “la vida y el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo”; el de Guayaquil, Luis Cabrera, quien sugiere que la pena legal que se imponga a las mujeres que aborten “hay que verla no como una sanción vindicatoria sino curativa”; y el propio padre del asambleísta de CREO, Roberto Gómez Valdivieso, presidente de la Asamblea Ciudadana Ecuador (ACE), organización civil que se formó hace año y medio, “cuando empezó a darse toda esta preocupación por la mujer violada”, y está inspirada por tres principios indeclinables que él repite varias veces a lo largo de su intervención: “Dios, vida y familia”. No, ésta no es una causa religiosa. Qué va.
Cuando Gómez Valdivieso ha terminado su corta intervención, Gómez Alcívar sube imprevistamente al escenario (esto no estaba programado), abraza a su padre y declara emocionado que es un privilegio compartir con él una lucha tan importante. Una lucha cuyos principios indeclinables, eso acaba de quedar bien claro, son “Dios, vida y familia” pero que no, no es una lucha religiosa. “Papá, me siento orgulloso de ti”, dice con un nudo en la garganta. El público los adora. Estalla en aplausos. Es el clímax de la ceremonia.
Hay entrega de obsequios por parte de “los señores obispos del Ecuador”. Los “asambleístas valientes” reciben un Nacimiento, o sea, un pesebre que se escapa a la vista de los presentes, enfundado como está en una bolsa de papel celeste. Pasan los niños formalitos, se plantan en el escenario y dicen en coro: “Gracias por defender la vida de los niños por nacer”. Y entregan el regalo.
Hay un número musical a cargo de Marta Ponce, quien interpreta con su guitarra la canción ‘Que canten los niños’, de José Luis Perales, mientras una catarata de rostros de bebés enternece a la audiencia desde las pantallas. Hay testimonios de dos hijos de mujeres violadas: Amparito, que invoca el acompañamiento de la Iglesia, y Jaime Arturo Pallares, que se presenta como miembro de una generación de niños adoptados que hoy están dispuestos a crear empleo. Todos los tópicos del kitsch ultramontano condensados en hora y media.
Para terminar, un brindis a cargo de la activista Amparo Medina, que nombra a todos los pastores, a todos los sacerdotes, a todos los directivos de los grupos juveniles, a todos los representantes de la pastoral y los llama al escenario. “Quiero invitarlos a brindar en acción de gracias a Dios”, dice, y los asambleístas en la primera fila, junto a los obispos, la escuchan con recogimiento. Luego, el tintineo de las copas al chocar se esparce por el recinto. Con la invitación de Carlos Larco, de la Red Vida y Familia, para marchar al día siguiente a la Plaza Grande para “levantar una oración de gratitud a Dios”, concluye la ceremonia. Si esta no es una causa religiosa, como dice Roberto Gómez Alcívar, es evidente que aquí nadie se dio por enterado.
UNA MEDICINA
El obispo de Guayaquil, Luis Cabrera, invitó a entender el castigo penal impuesto a las mujeres que aborten “no como una sanción vindicatoria, sino curativa”.
HOMBRE DE FE
El activista Roberto Gómez Valdivieso, padre del asambleísta de CREO, defendió los tres principios indeclinables del lobby antiaborto: “Dios, vida y familia”.