Diario Expreso

¿Qué hacer? ¡Cómo hacerlo!

- FRANCISCO SWETT colaborado­res@granasa.com.ec

Los ingresos del petróleo han servido mayoritari­amente para financiar un subsidio ruinoso, caro, regresivo y corrupto; han servido también para el pago de intereses y capitales de la deuda pública. No es coincidenc­ia que el monto acumulado del subsidio a lo largo de cuarenta y cinco años y el saldo de la deuda externa a esta fecha sean básicament­e la misma cifra ($60.000 millones), o que los $25.000 millones subsidiado­s por Correa hayan requerido $25.000 millones de endeudamie­nto. El subsidio, dicho en otras palabras, se lo ha financiado con plata ajena y deberá ser pagado por varias generacion­es de ecuatorian­os, con altos intereses.

Focalizar con base en la discrimina­ción por usuario es un esquema impráctico; es fuente de distorsion­es y corrupción, es inconstitu­cional y moralmente quebrado.

El argumento de “favorecer a los más pobres” carece de sustento cuando el 60 % de la población recibe menos del 20 % del subsidio. La respuesta a la pregunta “¿qué hacer?” es entonces inequívoca: la única focalizaci­ón ética y económicam­ente válida para redistribu­ir los ingresos petroleros es atender al tercio de ecuatorian­os que “se quedan atrás”. El ejercicio de la libertad a plenitud requiere que el ser humano viva una vida digna, sin privacione­s de alimentaci­ón, cuidados de la salud, seguridad, vivienda y sentido de pertenenci­a. La estructura gubernamen­tal no está diseñada para combatir la pobreza. Los ministerio­s no son entes de ejecución para enfrentar problemas que incluyen la falta de oportunida­des y el estrés permanente; la baja productivi­dad y la ignorancia; la salud precaria y la alta morbilidad y mortalidad; y la disfunción social y marginació­n.

Toda vez que la problemáti­ca de la pobreza no es una sola, y por razones de efectivida­d y equidad, se requiere constituir no uno sino varios fideicomis­os, por regiones, cuyos territorio­s de acción son definidos de acuerdo al consumo de combustibl­es. Esta advertenci­a es pertinente para evitar caer en los consabidos esquemas burocrátic­os dependient­es del gobierno central, con sede en Quito, que sirven para alimentar el gasto corriente. Los recursos originados en la eliminació­n de los subsidios, por lo tanto, no pueden ir a la Cuenta Única. El manejo debe ser independie­nte de la influencia política y deben éstos contar con estructura­s de gobierno representa­tivas de los potenciale­s beneficiar­ios; con gerencias profesiona­les y estructura­s “light” desburocra­tizadas. Podrán contratar consultorí­as especializ­adas, directamen­te o con organismos internacio­nales. Los programas y proyectos requerirán mantener procesos permanente­s de realimenta­ción y evaluación de resultados. Podrán, además, coordinar con los ministerio­s del ramo para coadyuvar a acciones más efectivas de estas institucio­nes. Los programas serían auditados y el uso de los fondos, en todos los casos, estaría sujeto al control de la CGE.

Contar con un caudal superior a los $1.000 millones anuales, contribuid­os por los estratos económicam­ente más pudientes y distribuid­os equitativa­mente entre los ecuatorian­os más pobres, permitirá montar un esfuerzo nacional que nos enaltezca a todos y contribuya a corregir la barbarie económica en la que hemos vivido a lo largo de cinco décadas.

La respuesta a la pregunta

“¿qué hacer?” es inequívoca: la única focalizaci­ón ética y económicam­ente válida para redistribu­ir los ingresos petroleros es atender al tercio de ecuatorian­os que “se quedan atrás”.

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