¿Lapsus linguae?
Los argentinos tienen desde siempre, así como el tango europeo, que lo morochizaron y lo hicieron una canción típica de Buenos Aires, una expresión o frase que se la aplican a quienes hacen o dicen alguna barbaridad, no por un error involuntario, de esos que de vez en vez se nos escapan, sino con la peor de las intenciones, aunque se tenga conciencia de que tal conducta al manifestarse puede merecer sanciones, castigos, repudios y hasta la oportunidad de quedar en ridículo y, por ello, convertirse en el hazmerreír de las gentes. Me estoy refiriendo a esas seis palabras que califican con todo acierto el tema al que me estoy refiriendo: “meter el dedo en el ventilador”.
Y parece que con motivo de los once días de terror que vivieron los ecuatorianos mientras se llevaba a cabo la que fue calificada como pacífica movilización indígena, en que los “infiltrados” se dieron gusto cometiendo actos vandálicos, el dirigente indígena Jaime Vargas metió también el dedo en el ventilador al manifestarse en dos ocasiones con frases de las que, con sentido de autocrítica, seguramente se habrá arrepentido y por las cuales está siendo juzgado por la Fiscalía General del Estado. La primera la mandó en los momentos mismos de la agitación en la capital de la República, que es la que más padeció la arremetida terrorista por ser sede del poder del Estado, cuando al referirse al primer mandatario del país dijo que era “un patojo de mierda”. Y pocos días después planteó con afanes belicistas la necesidad de que
...el dirigente indígena Jaime Vargas metió también el dedo en el ventilador al manifestarse en dos ocasiones con frases de las que, con sentido de autocrítica, seguramente se habrá arrepentido...’.
los indígenas de nuestra Sierra y Oriente constituyan su propio ejército, por supuesto totalmente al margen de “las gloriosas”.
Estamos seguros de que cuando su conciencia le diga que ha hablado equivocadamente y se pegue una reprimenda a sí mismo, el dirigente de la Conaie, ya tranquilizado, no es que negará lo ya expresado sino que pedirá disculpas a quienes ofendió y hará que vuelva la calma entre quienes asustó.
Esto nos lleva a la conclusión de que es necesario medir bien las palabras cuando se habla o cuando se escribe, porque la gente lo que más recuerda, para “refregarlo” en el futuro, son las metidas de pata. Volvamos pues a la paz permanente. Y aquí no ha pasado nada.