Diario Expreso

San Diego, un tesoro patrimonia­l

Es un barrio y convento, en el centro de Quito ❚ Moradores celebran al patrono, que lleva el nombre de la parroquia ❚ Es cuna de la leyenda del padre Almeida

- MIGUEL GONZÁLEZ gonzalezm@granasa.com.ec ■ QUITO

La tarde amenaza con una pertinaz lluvia. Las gruesas gotas empiezan a caer en Quito, mojando todo a su paso.

Aquel panorama gris se toma la urbe, sin que sea excepción el barrio de San Diego, en el centro capitalino. Allí, el único lugar para resguardar­se, aunque sea un momento, son las viseras de los locales de flores que están a la entrada al cementerio que tiene la zona. A pesar del frío, Amparo Iturralde se mantiene en pie al frente de su negocio de este tipo de adornos. “La venta se ha convertido en parte de la tradición del barrio”, comentó.

Aunque suene contradict­orio, Iturralde menciona que el cementerio da vida a las ventas que se hacen. Ella tiene 52 años y ha vivido gran parte de ese tiempo en San Diego.

Recuerda lúcidament­e que sus abuelos regentaban el conocido restaurant­e El Descanso. Este se ubicaba en la entrada al camposanto, por la calle Chimborazo.

“Era un sitio ideal para las personas que salían visitando a sus muertitos y deseaban comer”, cuenta la mujer. Los platos eran tan variados que iban desde las humitas, caldo de pata, hornado, hasta las agüitas de canela, para las frías tardes quiteñas.

Sin embargo, ahora es un espacio por donde ingresan vehículos y peatones a la gran plazoleta central. Alrededor de esta se encuentra, tanto el convento como otros comercios como el de don Fernando

Rivera Gallegos, de 82 años.

Él es propietari­o de una marmolería, cuyos trabajos los exhibe en la entrada al pequeño predio. Lo acompañan dos vecinos mientras conversa sobre cómo la calle era totalmente de tierra, cuando apenas llegó desde otro barrio.

Era apenas un niño y el oficio que lo ha mantenido hasta ahora lo aprendió de un tío.

un trabajo propicio, debido a la gran afluencia de gente que deseaba adornar la tumba de algún ser querido. “Antaño, me demoraba en hacer una placa, al menos, una se

mana. Ahora es menos el tiempo, porque se usa maquinaria moderna”, afirma.

Los finos tallados de los santos sigue haciéndolo­s a mano. A pesar de los años, aquella tradición no ha muerto.

Feliza Guerra, guía de planta del museo Franciscan­o Padre Almeida, tiene una memoria brillante. Ella es la encargada de mostrar, en los recorridos, las maravillas con las que cuenta este lugar, empotrado en el barrio de San Diego, en pleno Centro Histórico de Quito.

La señora cuenta, con toda lucidez, que el monasterio se construyó en 1597, en aquella zona que, en ese entonces, carecía del caserío que es ahora. Un vasto campo lo rodeaba y el espacio religioso iba tomando forma, en una naciente ciudad.

“Fue fundado por el padre Bartolomé Rubio, franciscan­o español”, detalla. Hasta antes de empezar con la construcci­ón, el lugar era una hacienda y que fue donada por Marco de la Plaza y Beatriz de Cepeda, familiares de Santa Teresa de Ávila. Como el padre Rubio necesitaba extender el convento, familias acaudalada­s donaron más terrenos.

“El convento se exfue

tendía a la Cima de la Libertad”, explica Guerra.

Al principio se lo conoció como la primera recoleta del Ecuador, pero la segunda en Sudamérica. El uno se hizo en Perú, la de Nuestra Señora de los Ángeles de Lima, en Rímac, fundada en 1592.

El edificio eclesiásti­co era tan lejano, que las personas que lo residían tenían que cruzar dos quebradas para ir al centro de la urbe. Con el paso de los años, todo se fue urbanizand­o y el convento formó parte del centro capitalino. Fue una casa de retiros espiritual­es, tanto para hombres como mujeres. Aunque, claro, se lo hacía por separado: dos semanas para unos y otras dos para las damas.

Para 1978 se inició la recuperaci­ón arquitectó­nica de la construcci­ón. Fue así que dos años más tarde se hizo la apertura del actual museo del Padre Almeida

Los recorridos para conocer el emblemátic­o museo duran aproximada­mente una hora. La señora Feliza explica que el sitio fue declarado como Patrimonio Cultural y su nombre se debe al franciscan­o Manuel de Almeyda.

 ??  ?? Convento. El monasterio fue fundado en 1597 por el padre Bartolomé Rubio. La donación de terrenos por parte de familias acaudalada­s permitió la extensión del lugar.
Convento. El monasterio fue fundado en 1597 por el padre Bartolomé Rubio. La donación de terrenos por parte de familias acaudalada­s permitió la extensión del lugar.

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