EL ENTORNO OPACA LA LUZ DEL CENTENARIO
AMBIENTE. INSEGURIDAD, PROSTITUCIÓN Y COMERCIO INFORMAL RODEAN EN LA NOCHE A LA EMBLEMÁTICA PLAZA. SE SUMAN EL CIERRE DE TODA ACTIVIDAD COMERCIAL ALREDEDOR Y LAS OBRAS DE LA AEROVÍA. PARA PROTEGERSE, COMO LO HACE LA CIUDADANÍA, SE ENCIERRA.
Dos policías entran a la Plaza del Centenario cabalgando cada uno una motocicleta. “Hagan el favor de salir, que se va a cerrar el parque”, mandan. Son las siete y veinte de la noche del pasado jueves 6 de febrero.
Los agentes reparten el mensaje de banca en banca y limpian de humanos los 8.875 metros cuadrados de la superficie en cuestión de minutos.
Jubilados, vendedores informales, evangelistas, borrachos de acera y demás personajes estiran las piernas y salen sin ganas de allí. La autoridad logra su misión de desalojo con la efectividad de un pastor al que no le tocó guiar ninguna oveja negra.
Hecho el trámite, un metropolitano hace rodar la puerta que da a la Pedro Moncayo, de derecha a izquierda, hasta cerrarla totalmente. Al otro extremo, del lado de Lorenzo de Garaycoa, otro policía municipal hace lo propio.
Es todo. Con el cierre de esas dos moles (porque las de los costados de Vélez y de Víctor Manuel Rendón siempre están cerradas), el ícono de los primeros cien años de independencia de Guayaquil ha dicho ‘hasta mañana’. Y apenas son las 19:30.
Afuera, en cambio, nace otro universo. Uno oscuro. Ya a esta hora se vaciaron las oficinas del centro y solo quedan abiertos un par de locales comerciales. Así es esto, EXPRESO lo contó hace algún tiempo: por las noches el centro, simplemente, muere.
Son las 20:00. Los sobadores, íconos del lado de la calle Vélez, se han ido también. Un grupo de mujeres con vestidos ajustados esperan clientes y se suman al centenar de trabajadoras sexuales reportadas en el casco urbano en los últimos meses. Más allá, sobre esa misma acera, otra tribu, esta vez compuesta por hombres, guiña el ojo a algunos coquetos. Pescan. La prostitución masculina tampoco cierra sus oficinas afuera de la plaza.
Los veteranos que antes estaban dentro del Centenario se han apostado del lado de la Pedro Moncayo. Seis adictos ‘hacen zona’ en las esquinas, cazando a los que bajan de la estación de la metrovía.
A lo largo de la acera, el comercio informal se hace sentir. Hay vendedores de panes con chocolate, chicles y al menos diez cigarreros, que ya llevan doce horas acá con sus carretas metálicas, esperan que sean las 23:00 para mandarse a cambiar a sus casas.
Wilson V. da el dato. Tiene 34 años y en días buenos se hace hasta $ 150. Cuando está malo, $ 40. La calle es su oficicayo
na. Aquí come a un dólar los almuerzos que llegan a dejarles a todos los informales, vende sus tabacos y va al baño de la Corte Provincial de Justicia, justo al frente. Y cuando cierran el edificio, como a las 20:00, la calle también se convierte en su retrete.
“Acá no es que se trabaja en paz. Los metropolitanos molestan, como en todos lados, pero uno llega a conocerlos y a transar. Un dólar por cada puesto les damos para que se queden callados”, cuenta Wilson, que, como sus colegas de oficio, es venezolano.
Seis motos de policías irrumpen sobre la acera y dan vuelta a la plaza inaugurada el 9 de Octubre de 1920 como la obra cumbre del centenario de independencia. Peinan la zona de nuevo y, otra vez, arrean a las ovejas que quedaron fuera.
Esto es parte del plan de la Gobernación al que Pedro Pablo Duart denominó ‘Recuperemos el centro’, una estrategia de seguridad que consiste en rondas permanentes para lograr que el casco urbano recupere su simbolismo turístico y familiar. Se trata de, en palabras del gobernador cuando expuso el proyecto, “limpiar” el área.
En 2017 y hasta febrero de 2018, el entonces alcalde Jaime Nebot mandó a cerrar todas las puertas, excepto la de Lorenzo de Garaycoa, a fin de “asegurar” la plaza.
La del gobernador y la del exalcalde fueron solo medidas paliativas, cree Rebeca Astudillo, moradora del sector. “Se van y regresan todos: prostitutas, drogadictos y ladrones. Después de las 23:00 esto es, simplemente, intransitable”.
Antes de las 23:00 también. Carlos Franco, un peatón permanente, evita, por ejemplo, cruzar por ese pasillo oscuro que queda entre la Pedro Mony la Quito, del lado de la Nueve de Octubre, después de las 19:00. Con la construcción de la aerovía, esa cuadra quedó totalmente en tinieblas. “Meterse ahí es un suicidio”.
Con esa realidad, más la aerovía, la metrovía sobre el este y las estaciones de taxirrutas a prácticamente todo Guayaquil (y Durán) en el resto de puntos cardinales, el parque ha perdido su condición emblemática. Dejó de ser el lugar adonde llegaban familias a pasear el fin de semana, el sitio de las fotos; y se convirtió, pese a los nuevos adoquines que le han puesto por dentro, en un recuerdo lejano, lamenta nostálgico Guido Guamán, un jubilado que vivió al Centenario cuando era de verdad una plaza, en los años setenta.
La página ‘Guayaquil es mi Destino’, de la Dirección de Turismo del Municipio, promociona la plaza como una de las más grandes de la ciudad y destaca sus atractivos: estuarios, jardines y, por supuesto, la Columna de los Próceres, emblema ubicado al centro, de autoría de Agustín Querol, que inmortaliza la lucha por la independencia.
El historiador Fernando Mancero, quien realiza actualmente un estudio de la simbología de la Plaza del Centenario y su columna, lamenta la “tristemente célebre realidad que hoy aqueja al parque y sus alrededores”. “Es una joya que está siendo infravalorada”.
Guayaquil, analiza, no puede permitirse desperdiciar este emblema cargado de simbolismos y mensajes enormemente profundos. “Tenemos la obligación de preservarlo para las generaciones futuras, porque forma parte de nuestra memoria histórica”.
AGENDA
La plaza se puso en agenda en 1891, cuando el Concejo Cantonal, con Pedro J. Boloña a la cabeza, decidió erigir un monumento en conmemoración del centenario.