La ceniza que se convirtió en la ‘milla milagro’
Sus zapatos de clavo y el uniforme pesado iban a ser los más grandes contrincantes a la hora de desear imponer un récord mundial nunca antes intentado en la milla (1.600 metros). Pero para Roger Vannister, atleta británico (1929-2018) no había sueño que podía parecer grande.
Pese a que Vannister ya era un atleta olímpico (alcanzó el cuarto lugar en Helsinki, Finlandia en 1952 en los 1.500 metros) y que también fue bronce europeo en 1950), nadie podría concebir que un ser humano llegase a ser tan rápido como para bajar de los 4 minutos la distancia antes mencionada.
Y llegó a levantarse tal expectativa, entre comentaristas deportivos y periodistas de la época, que se cristalizó la promesa de transmitir el intento en vivo.
Fue la pista de ceniza, antes de pensar en arcilla o pistas sintéticas, junto a sus compañeros de la Universidad de Oxford Inglaterra, y que harían de “liebres” (compañero de entrenamiento) los que lo ayudarían a marcar la historia de la “milla milagro”.
Y fue un 5 de mayo de 1954, ante la mirada de 300 personas y la transmisión en vivo de la BBC de Londres y un país paralizado pensando en la hazaña, que vieron a Vannister romper la marca de los 4 minutos al parar el cronómetro en 3”59’ 4, entre sudor, lágrimas y un abrazo fundido con sus compañeros de la prueba.
No obstante, y a solo 46 días después, el 21 de junio, el récord de Vannister fue batido en Turku, Finlandia, por el australiano John Landy, que corrió la distancia en 3:58,0.
Pero, y como era costumbre del británico, se pactó una carrera entre Vannister y Landy en la que un Vannister poderoso derrotaría a su oponente. Pocas semanas después de su victoria sobre Landy, Bannister
ganó la medalla de oro de los 1.500 metros en los Campeonatos de Europa disputados en Berna, con un tiempo de 3:43,8.
Se erigió una estatua de bronce en 1967, de dos atletas compitiendo, simbolizando la hazaña de Vannister y que adornó durante muchos años la entrada del estadio de Vancouver.
Abandonó las pistas para convertirse en un reconocido neurólogo, llegando a ser el rector de su amada Pembroke College, de Oxford, antes de retirarse en el 2001. Pero la ceniza y el milagro acompañaron sus pasos... hasta el final de sus días.