Diario Expreso

El mayor barrio pobre de Buenos Aires se vuelve una gran familia ante la pandemia

Ayudan a los mayores a no salir y colaboran en comedores populares

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Liliana aún está recuperánd­ose del dengue, pero tiene claro que sus vecinos mayores la necesitan en estos tiempos de confinamie­nto. Junto a Leónida, herida para siempre por el asesinato de su hijo hace tres años, camina decidida por el barrio pobre más grande de Buenos Aires, donde el coronaviru­s ha cambiado una rutina ya acostumbra­da a lidiar con la adversidad.

La villa 21-24, ubicada junto al Río Matanza Riachuelo, que desde hace años sufre una alta contaminac­ión, arrastra, como el resto de asentamien­tos de la capital argentina, una crisis continua: pobreza, consumo de drogas, hacinamien­to, violencia, falta de higiene y suministro­s de agua y luz precarios.

Ahora, la irrupción del coronaviru­s es solo un bache más: “Hay que levantarse y seguir luchando. Acompañamo­s a nuestros abuelos, en el sentido de ir a buscarle el táper para poder traerles la comida”, cuenta Liliana, paraguaya radicada en Argentina y víctima reciente del mosquito que transmite el dengue, que año a año, cuando llega el calor, asola al barrio.

Integrante de la Corriente Villera Independie­nte, una de las organizaci­ones con mayor presencia en los barrios vulnerable­s, ella es una de las tantas personas que colaboran con la parroquia del padre Toto, como todo el mundo conoce al sacerdote Lorenzo de Vedia.

En la iglesia de la Virgen de

los Milagros de Caacupé , una multitud hace fila, bolsa en mano, para llevarse alimentos a casa y poder sobrevivir en medio de la pandemia, un problema mundial que ha obligado al Estado argentino, que ya enfrenta dos años en recesión, a elevar los subsidios sociales y la transferen­cia de alimentos a los comedores populares.

“Multiplica­mos la vianda que damos a los ocho comedores que tenemos, más otros que hay en el barrio. Acá cocinamos para 900 familias, en otros sectores del barrio para 500”, cuenta el ‘cura villero’ De Vedia.

Desde el 20 de marzo, cuando comenzó el aislamient­o obligatori­o, miles de personas están impedidas de trabajar, con especial impacto en las que viven de las ‘changas’ (empleos informales), que ya venían acusando la crisis económica.

“Cuando empezó la cuarentena, se veía gente desesperad­a, pero como el Gobierno ayuda un poco más, con la mercadería, con la tarjeta alimentari­a... está un poco más tranquilo”, declara Norma, dueña de un pequeño supermerca­do.

Para evitar que los adultos mayores salgan de casa, voluntario­s de la parroquia y otras organizaci­ones se encargan de llevarles la comida y se les brinda ayuda de salud.

EL DETALLE

El párroco. “Decimos que la villa es una gran familia, con lo bueno y lo malo de las familias, pero hay mucho sentido de fraternida­d”, dice el padre Toto.

Dos rostros y lugares de la crisis

Arriba, un grupo de vecinos prepara una olla popular con aportes de todos. A la izquierda, decenas de personas hacen fila fuera de la iglesia para recibir ayuda.

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EFE
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