Diario Expreso

El arrollamie­nto del ciclista reitera la falta de planificac­ión

FALENCIAS. No hay ciclovía ni vigilancia. El amigo que sobrevivió da detalles del hecho

- GELITZA ROBLES roblesm@granasa.com.ec ■ GUAYAQUIL

La ausencia de cámaras de vigilancia en parte de la carretera, la falta de una adecuada y segura ciclovía y la escasa presencia de agentes de tránsito son algunas de las falencias de la vía a Samborondó­n y que se desempolva­n con la muerte de Santiago Jaramillo. El ciclista fue arrollado junto con su amigo Marco Caizapanta, quien sobrevivió y relató a EXPRESO, mientras se cura de sus heridas, lo que recuerda del lamentable hecho. La zona de La Puntilla prosperó sin una visión de espacios deportivos, como el ciclismo, que en este lugar resulta un deporte riesgoso.

Santiago era el más fuerte. Todo el tiempo esperé que me llegara a socorrer. Nunca se levantó. MARCO CAIZAPANTA,

ciclista

Estaba inmóvil, en posición fetal en el pavimento. Alguien se le había acercado, segundos después de que su cuerpo se estampara en la vía a Samborondó­n, para pedirle que no se moviera hasta que llegara una ambulancia.

Marco Caizapanta solo movía los ojos, tratando de entender lo que le había ocurrido. Esa misma persona, que vio cómo un carro lo levantó en el aire e impactó a su amigo Santiago Jaramillo, también le vaticinó que su compañero de ciclismo “estaba mal”. Santiago moriría segundos después.

Eran las 23:00 del lunes 17 de agosto cuando Marco y Santiago fueron embestidos por un vehículo mientras iban sobre sus bicicletas con dirección La Puntilla-la Aurora, en la entrada a la isla Mocolí.

A Marco, el impacto le dejó parte del costado derecho de su cuerpo con moretones y raspones, además del dolor de la muerte de su mentor de ciclismo, su amigo Santiago.

Es sábado 22 de agosto. Han pasado cinco días del accidente de tránsito y Marco se recupera en su casa, ubicada en Ciudad Celeste, en Samborondó­n. Usa una pantalonet­a gris que deja ver incontable­s laceracion­es en sus piernas.

Recostado en su cama recuerda, sobre el hecho, que nunca sintió un impacto. Solo notó un impulso fugaz que lo separó de su vehículo y lo hizo ‘volar’ en vertical. Cree que dio vueltas en círculos en el aire, porque las luces iban y venían frente a sus ojos aturdidos. Aunque fueron unos segundos, mientras se elevaba percibía que el tiempo pasaba en cámara lenta.

Pudo pensar, por ejemplo, que desde que empezó a hacer ciclismo de ruta, en febrero pasado, siempre sintió miedo de circular por la entrada a la isla Mocolí. Ese tramo lo aterraba porque los carros pasaban a alta velocidad y es oscuro. Marco tuvo tiempo, incluso, de atinar a encogerse para que el golpe de la caída lo afectara menos. Y así lo hizo, cayó en posición fetal y el mayor impacto lo recibió su glúteo derecho.

Abrió los ojos, que apuntaban en dirección a La Puntilla y solo vio restos de bicicletas en el asfalto. Pensó en Santiago, porque esperó escuchar su voz. Nada. Hubo silencio. “Imaginé que estaría bien. Santiago era el más fuerte de todos. Todo el tiempo esperé que fuera el que me llegara a socorrer. Pero nunca se levantó”, relata.

Su amigo, el risueño, el buena gente, el artista, el de las cualidades

innumerabl­es, había llevado la peor parte y agonizaba a unos metros suyos, a sus espaldas, pero él no lo sabía.

Fue Santiago el que le contagió esa pasión por el deporte. Fue quien lo invitó a descubrir el ciclismo de ruta y quien

lo arengaba, junto a dos amigos más a practicar esta actividad cuatro veces a la semana.

La rutina era la misma: salían de sus casas, se encontraba­n en Plaza Batán en el kilómetro 9 de la vía a Samborondó­n, se dirigían hasta La Puntilla, daban la vuelta y terminaban en la misma plaza. El recorrido les tomaba una hora o, si se bajaban a hidratarse y conversar, hasta dos.

“Santiago era nuestro mentor, él nos cuidaba. No salíamos si no teníamos todo el equipo completo, todas las seguridade­s, las luces. Todo. Era muy responsabl­e. Él practicaba todos los días. Si a nosotros

nos dolía el cuerpo, él se iba a entrenar solito”, recuerda mientras se acomoda lento sobre sus almohadas.

Ese día salieron los dos. Cinco minutos antes del accidente, que ocurrió cuando ambos iban de regreso a casa, en la parada de un semáforo hablaron sobre comprar más ropa especial para hacer ciclismo. No volvió a escuchar la voz de su amigo, a quien conoció en 2016 a través de un videojuego en línea.

Marco calcula que luego del impacto pasó 30 minutos acurrucado en la vía, hasta que llegó una ambulancia. Su amigo estaba a sus espaldas y no podía verlo. El silencio fue mutando. Primero era la voz solitaria del testigo que le pedía que aguantase. Luego, la de más desconocid­os que rumoraban y recreaban lo que había ocurrido con los ciclistas.

Una de esas voces resaltó, porque dijo una frase que no hubiese querido escuchar: “Él está bien, pero el otro ya falleció”. Marco prefería el silencio. Cuando al fin llegaron los rescatista­s y lo colocaron sobre una camilla, lo primero que vio fue que a Santiago lo habían cubierto con una sábana blanca. Fue todo, ahí confirmó que había muerto.

Asegura que no dejará el ciclismo de ruta. Es una deuda con Santiago. Así como también seguir luchando para que su muerte no quede en la impunidad. Le prometiero­n revisar las cámaras de videovigil­ancia en la zona, pero lamenta que ninguna autoridad lo haya contactado como sobrevivie­nte del accidente.

A los ciclistas, que aman esta actividad por deporte o como medio de transporte, les pide que cada vez que se suban a su vehículo se aseguren de contar con todos los equipos de seguridad y que luchen por una ciudad más amigable y respetuosa para ellos. Y a los conductore­s les insta a ser más empáticos, porque por un descuido o irresponsa­bilidad pueden llevarse más vidas.

Mira su celular y encuentra un video que grabó de la última vez que Santiago estuvo en su casa, el 10 de agosto, compartien­do un asado. Allí le habría prometido enseñarle a tocar guitarra, una deuda que seguro también le cumplirá a su amigo, el más amable, el que siempre tenía una sonrisa, el más cuidadoso, y el que no merecía morir, pero que lo hizo haciendo lo que ama.

EL DETALLE

Competenci­a. Marco dijo que ambos se estaban preparando para participar en una competenci­a, pero que no sabía detalles porque eso lo manejaba Santiago. LA CIFRA

33

AÑOS tenía Santiago. Marco va a cumplir la misma edad en

octubre próximo.

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