Un secuestrador a la Asamblea
Lo pusieron en el puesto 12 de la lista nacional de candidatos a la Asamblea para que pase de agache. Pablo Romero, el exdirector de Inteligencia del correísmo, condenado a 9 años de prisión por el secuestro de Fernando Balda, no tiene la más remota esperanza de alcanzar uno de los 15 escaños en disputa pero Rafael Correa, que fue quien armó las listas, decidió ponerlo ahí. ¿Para qué? ¿A cambio de qué?
Imposible olvidar que Correa se desveló por Romero. Cuando éste se hallaba refugiado en España y la amenaza de la extradición pesaba sobre su cabeza, el expresidente se jugó para salvarlo. Viajó a Madrid, movió sus contactos e implicó al mismísimo Pablo Iglesias (que seguramente no puede negarle ningún favor por elementales razones de contabilidad) con la esperanza de burlar a la justicia. En España fue un escandalete que dio de comer por semanas a la oposición: que el vicepresidente de Gobierno conspire para interferir en un proceso judicial es (aunque Correa no lo entienda e Iglesias se lo envidie) impresentable.
Un convicto a la Asamblea: los correístas no hacen otra cosa que aprovechar “las posibilidades que les franquea la ley”, para usar la feliz frase de un asambleísta discapacitado. Una ley que ellos mismos crearon. Porque los correístas, más que escribir leyes, trazaban coartadas. La Constitución de Montecristi permite que un convicto se postule a un cargo de elección popular (la tan denostada Constitución de 1998 lo prohibía expresamente) y el Código de la Democracia le otorga inmunidad mientras sea candidato. Y claro: una Asamblea putrefacta como la actual, la mitad de cuyos miembros tiene cuentas pendientes con la justicia, no iba a mover un dedo para reformar este despropósito.
Así que Romero, que sabe tantas cosas sobre el secuestro de Balda, cerró la boca durante el juicio y cargó él solito con la culpa. ¿Es la candidatura un premio a su silencio? Sólo tiene que esperar a que empiece la campaña para mandarse a cambiar de país, como acostumbran los suyos. ¿Ese es su plan? ¿Y el de Rafael Correa?