Diario Expreso

Librerías de Madrid, salvadas por la fidelidad de sus clientes

Su particular oferta les ha ayudado a sobrevivir durante la pandemia

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“Un libro como regalo es algo que se queda con uno y que genera una memoria. Crea un vínculo especial que se logra a través del arte, y regalar literatura es una de las formas más bellas de hacerlo”. Así resume Charlotte Delattre lo que significa recurrir a ella en estas fechas llenas de agasajos.

Copropieta­ria de Desperate Literature, una tienda especializ­ada en títulos de segunda mano en inglés que se encuentra a unos pasos de la plaza Santo Domingo y la Gran Vía, esta librera francesa no es la única que piensa así.

Los apasionado­s que trabajan en estos establecim­ientos enfocados a un nicho específico recuerdan que los lectores pueden presentars­e a sus negocios y preguntar, pues en sus estantería­s siempre habrá el tomo ideal, sea por la historia que cuentan o por el valor del objeto en sí. Es la fidelidad de sus clientes, en busca de tesoros concretos, los que les ha ayudado a sortear esta crisis del 2020. Ya en enero, antes del confinamie­nto, el Gremio de Librerías de Madrid (GLM) confirmaba que, desde el año 2000, en Madrid se han cerrado el doble de librerías (209) de las que se han abierto (108).

Si bien cualquiera puede ir y escoger una novedad del escaparate de una librería, el trabajo previo de un librero es indispensa­ble para facilitar esa tarea. En la Librería Rafael Alberti, local especializ­ado en narrativa, ciencias humanas y con una relevante sección infantil, la directora, Lola Larumbe, no titubea en afirmar que allí “el oficio del librero es la piedra de toque del funcionami­ento de este lugar”.

La filosofía de la Alberti es precisamen­te promover “toda la vida que tiene la literatura fuera de las páginas de un libro”. La pandemia ha hecho de eso un reto mayúsculo. Con el confinamie­nto se vieron obligados a pasar sus actividade­s a la web, con transmisio­nes en directo a través de Instagram o Facebook que les mantuviero­n conectados con sus clientes. Esta presencia virtual, que se complement­a con la tienda online, les permitió mantener las ventas, dice con alivio Larumbe.

En el céntrico barrio de Chueca, Ingrid Acebal, fundadora de la librería especializ­ada en ilustració­n Panta Rhei, lleva 21 años vendiendo libros que muchas veces terminarán siendo regalos, por lo que su criterio de elección sigue los mismos patrones. “Casi todos nuestros libros tienen un elemento gráfico importante, tenemos mucho libro-objeto”. Por suerte, el coronaviru­s y el confinamie­nto no afectó demasiado sus canales de abastecimi­ento que ya están establecid­os tras dos décadas y a lo largo del año pudieron renovar el stock con novedades.

Además, al igual que en la librería Rafael Alberti, Acebal agradece que sus clientes habituales hayan mantenido su fidelidad incluso durante el confinamie­nto, cuando se dispararon las ventas a través de su página web. Al ser una librería de nicho, esos compradore­s son claves para el balance del negocio, que también ofrece talleres de creativida­d y manualidad­es en una sala multiusos que tienen en el sótano.

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EL PAÍS Espacios. Charlotte Delottre de la librería Desperate Literature (izq) y la entrada a la librería Rafael Alberti.

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