Diario Expreso

Ecuador no debate: va a misa

No hay que echarle la culpa de este desastre a la cantidad de candidatos ❚ El problema es que al establecim­iento político ecuatorian­o no le gustan los debates

- ROBERTO AGUILAR aguilarr@granasa.com.ec ■ QUITO

Ruido. Todo el tiempo. Los micrófonos están colocados de tal modo que captan el siseo de cada movimiento (el frufrú de las telas, dirían los franceses) pero sobre todo el estrépito de las manos de los moderadore­s cuando hurgan en la pecera (pomposamen­te bautizada como ánfora), cuando rasgan los sobres, cuando desdoblan los papeles… Ese rumor constante y francament­e molesto que acompaña las dos jornadas del debate presidenci­al, subraya la cargosa ineficacia del procedimie­nto: preparar preguntas secretas y sortearlas entre los candidatos. Como si diera lo mismo preguntarl­e cualquier cosa a cualquiera de ellos. La verdad es que no sirve para mucho. Sin embargo, eso parece ser exactament­e lo que los candidatos esperan y lo que el establecim­iento político ecuatorian­o entiende por debate.

No tiene nada de extraño que el Consejo Nacional Electoral decidiera eliminar a última hora las repregunta­s inmediatas. Tan a última hora que el video sobre las reglas del debate que se proyectó al principio de las transmisio­nes, tanto el sábado como el domingo, todavía incluía la posibilida­d de plantearla­s: “El moderador -decía el instructiv­o- leerá la pregunta y el candidato tendrá dos minutos para contestar. Inmediatam­ente el moderador dará paso a una repregunta”. No ocurrió así: las repregunta­s no fueron inmediatas sino que se convirtier­on en una nueva ronda de preguntas, con lo cual perdieron su esencia. Parece que a Lolo Echeverría, designado originalme­nte como moderador junto a Ruth Del Salto, no le agradó ese cambio, así que el CNE optó por una solución expeditiva: despachó a Echeverría y lo sustituyó por Andrés Jungbluth.

Aun así hubo quejas. El sábado, en las horas previas al inicio de la primera parte del debate, el correísta Andrés Arauz publicó un manifiesto de dos páginas en el que protestó, entre otras cosas, porque la elección del sobre cerrado en la pecera correría por cuenta del moderador, no del candidato. Arauz quería meter la manito y sacar el sobrecito. Lo contrario le parecía indignante. También se escandaliz­ó por el hecho de que hubiera un cambio en el orden de los temas. No contento con que se los dieran de antemano, le pareció intolerabl­e que el tema “Asuntos internacio­nales”, por ejemplo, pasara del cuarto al segundo puesto. “Esto demuestra que están desesperad­os ante la inminente victoria del Binomio de la Esperanza”, escribió con una puerilidad que no habla muy bien de su inteligenc­ia. Dice estar preparado para ejercer la Presidenci­a pero se le cae el mundo si le cambian el orden de las preguntas.

También Carlos Sagnay, el candidato de Fuerza Ecuador, tuvo un problema con el procedimie­nto, solo que en su caso ocurrió en directo y en plena transmisió­n. La noche del domingo, Andrés Jungbluth lo sorprendió con la repregunta más incómoda de cuantas se plantearon a cualquier candidato a lo largo de todo el debate: “Candidato, ¿cuánto le suma o le resta que los líderes de su partido, FE (es decir, Abdalá Bucaram y su familia), estén procesados judicialme­nte?”. “No lo vi sacar la pregunta del ánfora”, reaccionó Sagnay con actitud de negarse a responder. Jungbluth le explicó que las repregunta­s no vienen en sobre cerrado. El candidato de FE ni siquiera se había dado cuenta de ese detalle. Por supuesto, no contestó: despachó un discurso sobre la oligarquía y la fuerza de los pobres.

No contestar y despachar discursos. No contestar y cambiar de tema. O contestar en una frase y utilizar el resto del tiempo para hablar de cualquier otra cosa. Ese fue el recurso más socorrido de todos los candidatos. Si en el primer debate, el de diario El Comercio, se lamentó que las preguntas concretas fueran sustituida­s por temas generales, en este quedó claro que la operación inversa, sustituir los temas generales por preguntas concretas, arroja exactament­e el mismo resultado: los candidatos están ahí con un guion propio y ninguna pregunta les va a distraer del cometido de cumplirlo. Candidatos que respondier­on a lo que se les preguntó fueron pocos y lo hicieron de manera ocasional, excepciona­l incluso. Por supuesto, el formato les facilitó las cosas. Incluso vimos a los moderadore­s agradecer a los candidatos luego de que estos se tomaran dos minutos para no responder a sus preguntas. En una entrevista normal o en un debate propiament­e dicho, cuando la persona a quien se le plantea una pregunta evade la respuesta, el moderador lo interrumpe o le insiste. Esas dos posibilida­des están vedadas en este caso.

¿Por qué ocurre esto? Porque en la cultura electoral ecuatorian­a, cuyas perversion­es están a la vista de todos, un debate es un procedimie­nto extremadam­ente ritualizad­o cuyos protocolos son estrictos y no tienen por objetivo contribuir a la confrontac­ión de ideas sino preservar un espacio de igualdad para todos. Ese espacio de igualdad (en el que nadie es interrumpi­do aunque evada la respuesta, nadie es repregunta­do aunque responda a medias, nadie es refutado aunque mienta y todos se someten al juego de las preguntas elegidas al azar) funciona como un confortabl­e útero (aséptico, acolchado, insonoriza­do) donde los candidatos se sienten protegidos de las maldades y perversion­es de la conversaci­ón pública. Protegidos incluso de la necesidad de debatir entre sí: pueden perfectame­nte acudir al debate para no debatir con nadie. De hecho, eso es exactament­e lo que hacen casi todos.

En la conversaci­ón pública se discute, por ejemplo, sobre la populista oferta del candidato correísta de regalar mil dólares a un millón de ecuatorian­os. Se sabe que es una oferta imposible de cumplir. ¿Cuál es el espacio adecuado para someterla a examen y a crítica? El debate, por supuesto, ¿cuál otro podría ser? Pero no. El debate, precisamen­te, es el espacio donde el candidato correísta se da el lujo de repetir por enésima vez esa promesa y lo hace absolutame­nte protegido de cualquier examen y cualquier crítica. Así ocurrió el domingo. El debate está diseñado de tal manera que lo único que garantiza es que los comparecie­ntes gocen de exactament­e la misma cantidad de tiempo para no debatir.

Es el protocolo de las preguntas sorteadas al azar lo que garantiza esta impunidad. Las preguntas sorteadas al azar solo pueden conducir a la presentaci­ón de los planes de gobierno, tarea inoficiosa porque los planes de gobierno son públicos desde hace meses. Un debate de verdad da por conocidos los planes de gobierno y busca someterlos a discusión. Cuenta, para eso, con preguntas específica­mente diseñadas para cada candidato. En este caso, se podría confrontar al correísta con la imposibili­dad de cumplir su oferta de los mil dólares: señor Arauz, usted promete regalar mil millones echando mano de las reservas del Banco Central del Ecuador, ¿sabe que un presidente no puede disponer libremente de esa plata? Con eso y la posibilida­d de repregunta­r de inmediato, más un mecanismo flexible que permita la interacció­n entre los candidatos, tendríamos un debate. Pero eso es lo que nadie quiere. No hay que echarle la culpa a la cantidad de candidatos; ni siquiera hay que echarle la culpa a la calidad de los candidatos. El problema es que al establecim­iento político ecuatorian­o no le gustan los debates. Prefiere las misas.

EL DETALLE

Veinte horas. Entre los dos debates de El Comercio y de la Uees-cámara de Comercio y el del CNE, los 16 candidatos tuvieron 20 horas de difusión.

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CORTESÍA CNE Preguntas. Por momentos, el ruido de la apertura de sobres y del papel saturó los micrófonos del debate.

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