Unas enfermeras para ir al fin del mundo
Las sanitarias acudieron a casa de sus pacientes durante el temporal
Eugenio Ramos deslizó la silla de ruedas hasta la ventana de su casa y distinguió, a lo lejos, dos puntitos negros moviéndose con dificultad en medio de la tormenta de nieve. Eran las enfermeras que venían a comprobar por qué su corazón latía lento.
A Eugenio se le quiebra la voz cuando lo cuenta. Madrid vivía hace una semana uno de los peores temporales de su historia. La ciudad estaba paralizada. Era imposible desplazarse. Las sanitarias de la unidad de hospitalización a domicilio del hospital Gregorio Marañón, sin embargo, se echaron sus pesadas mochilas al hombro y fueron a visitar a sus pacientes como cosacos cruzando la estepa.
Eugenio vive en un edificio clásico cerca de El Retiro. Ese día de la nevada las trabajadoras visitaban la casa de Eugenio, un hombre de 76 años, porque tenía gastroenteritis y una infección de orina que trataban de aplacar con un tratamiento intravenoso.
Al tomarle la frecuencia cardíaca al enfermo se dieron cuenta de que el pulso era bajo. Demasiado. El turno de ellas acaba a las 21.00. “Podían haberse ido a su casa y verlo al día siguiente, pero no, insistieron en ayudarme”, relata Eugenio. Las enfermeras llamaron por teléfono a una médico y le contaron el caso. Eugenio tenía lo que se conoce como bradicardia. Había que hacerle un electrocardiograma.
El problema era que el aparato estaba en el hospital y tenían que ir a verlo. Hecho el electrocardiograma, le enviaron los resultados a la médica, que comprendió que había que suprimirle a Eugenio una medicación que le provocaba la bradicardia. Su corazón se estabilizó entonces.
Tres días después, las enfermeras Ana Fernández e Irene Ruiz visitan otra vez a Eugenio. Abre la puerta Inmaculada Marugán, la esposa de Eugenio. Su corazón hoy funciona con regularidad, la saturación es buena y la tensión está bien, aunque algo alta. Nada raro en un hipertenso como él.
La unidad de hospitalización a domicilio tiene más de 25 años de antigüedad. Fue pionera en España. Hay dos turnos, de mañana y tarde. A los pacientes que atienden por la mañana los llaman por la tarde y viceversa. Aquí trabajan 19 enfermeras y 3 auxiliares. Solo dos son hombres. En 2020, la unidad atendió a más pacientes que nunca, 60. La pandemia y el temporal Filomena ha resaltado el trabajo de un servicio hospitalario que mucha gente desconoce.
María Ángeles Oller, supervisora de la unidad, sostiene que hacen una labor sanitaria, aunque en los domicilios sus tareas se amplían. En las casas son algo más, se convierten en alguien de confianza, porque traspasan la intimidad de los pacientes.
Antes de las visitas, las sanitarias preparan las mochilas en el hospital. Guantes, batas, botas, todo el material necesario. Hoy elaboran además una bomba de perfusión para administrar en vena un antibiótico. Al salir rumbo a la calle tienen que cruzar la unidad de oncología del hospital.
Filomena ha pasado de largo, pero ha dejado Madrid, tantos días después, con montañas de nieve en las aceras y placas de hielo que el frío nocturno mantiene vivas. Las enfermeras agarran un taxi y se dirigen al barrio de Moratalaz, donde les espera otra paciente.