Diario Expreso

El capitalism­o criollo no es del todo liberal

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Empleado de la Bolsa de Valores de Guayaquil a los 15 años; gerente a los 22; fundador de empresa a los 23; vicepresid­ente ejecutivo a los 25 y presidente de compañía financiera a los 29: Guillermo Lasso empezó desde abajo, trabajando en la adolescenc­ia para pagarse los estudios secundario­s, y subió todos los escalones que se le pusieron por delante. Gozó de dos inestimabl­es ventajas: demostró talento y tuvo padrino, su cuñado Danilo Carrera Drouet, que había fundado una financiera en Panamá y sabía cuándo comprar acciones. Fue él quien lo encaminó por el mundo de las finanzas, desde los primeros pininos escribiend­o cotizacion­es en las pizarras y los primeros cargos de responsabi­lidad, a las primeras sociedades y las primeras inversione­s. Cofiec, Finansa, Procrédito, Finansur… Fue él quien hizo posible la captación del Banco de Guayaquil, en ese entonces una institució­n menor cuya presidenci­a asumiría el hoy candidato de CREO en 1994, a los 39 años, y convertirí­a en el segundo banco más grande del país. Talento y padrino: el caso de Guillermo Lasso es un ejemplo de capitalism­o criollo químicamen­te puro. Había empezado a estudiar Economía en la Universida­d Católica de Quito, pero desertó al segundo año: no le hacía falta.

Su carrera en el servicio público empezó en el gobierno de Jamil Mahuad, de cuya campaña fue donante en 1998. En retribució­n, Lasso recibió sus primeros cargos: gobernador del Guayas, superminis­tro de Economía. El correísmo quiere hacerlo responsabl­e y beneficiar­io de la crisis bancaria de 1999, pero las conclusion­es de la Comisión de Investigac­ión de esa crisis, presidida por Eduardo Valencia y establecid­a por el propio Rafael Correa en 2007, lo negaron documentad­amente. También en los primeros días del correísmo surgió el tema de su presunto uso de informació­n privilegia­da para sacar provecho económico cuando era funcionari­o: se lo dijo, en los tristement­e célebres pativideos, el exministro de Economía Armando Rodas a Ricardo Patiño. Y no lo estaba acusando, sino poniéndolo como ejemplo. Lasso lo negó y nadie insistió en ello: era demasiado incómodo para todo el mundo.

Hoy Lasso es un tipo que paga 15 millones de impuesto a la renta (desde 2010) y vive apartado de la actividad financiera (desde 2012) para dedicarse por entero a la política sin caer, se supone, en conflictos de intereses. Esta es la tercera vez que participa en las presidenci­ales y la segunda que llega al balotaje. En las elecciones anteriores, organizada­s por el correísmo para poner a Lenín Moreno en el cargo, perdió con la cancha inclinada. Creyó tener un caso sólido de fraude, pero no lo supo defender. Hizo el ridículo cuando apareció con su mujer rodeado de urnas, cajas de cartón supuestame­nte llenas de votos pero que ella levantó en el aire con la ligereza con que solamente se levantan las cajas vacías.

El mundo da vueltas: dos años después firmó, con la entonces ministra de Gobierno, María Paula Romo, un pacto de gobernabil­idad que dio un respiro a Lenín Moreno. Acordaron apoyar una agenda básica de legislació­n en la Asamblea. A este esfuerzo por mantener en pie la siempre tambaleant­e institucio­nalidad democrátic­a ecuatorian­a se sumaría más tarde, en octubre de 2019, la actividad logística secreta desplegada por Lasso para evitar el golpe de Estado. Especialme­nte cuando Moreno decidió cambiar la sede de gobierno a Guayaquil para mantenerse a salvo del caos en que había caído la capital, el papel de Lasso fue decisivo. Sin embargo, todo esto le pasó factura: no es fácil explicar cómo se empieza siendo un partido de oposición y se termina en el gobierno. Se entiende mejor cuando a esta visión maniquea se agrega el ingredient­e que falta: el proyecto autoritari­o del correísmo. Como candidato mejor posicionad­o en su contra a lo largo de tres elecciones consecutiv­as, a Lasso le ha correspond­ido la no siempre grata tarea de encarnar la oposición anticorreí­sta y de defensa de la democracia liberal.

Le sería más fácil si no fuera tan curuchupa. Hombre del Opus Dei, ha cometido el pecado de romper una promesa: dijo hace años que no permitiría que sus creencias personales interfirie­ran en sus políticas públicas. Pues bien: lo hicieron. En agosto del año pasado escribió una carta al presidente Lenín Moreno y presionó a su bloque de asambleíst­as para evitar la aprobación de una reforma al Código de Salud que obligaba a los médicos a atender cualquier aborto en curso como una emergencia obstétrica. Según él, esa reforma “ignora el derecho a la vida del niño por nacer”. Los médicos, escribió, están obligados (en “coherencia con el Código Penal”) a denunciar a la mujer que les pida cometer semejante crimen. Sus respetable­s creencias religiosas han impedido a Guillermo Lasso tratar el tema del aborto como un problema de salud pública. En general, su desconexió­n con la sociedad contemporá­nea es enorme (en temas relacionad­os con identidade­s sexuales y modelos alternativ­os de familia, por ejemplo). Esto lo aleja del liberalism­o que dice profesar y causa una resistenci­a que perjudica a la causa democrátic­a.

El candidato de CREO pelea un pase a la segunda vuelta tras una campaña más bordada de curiosidad­es que de excesos. Hizo guiños al discurso populista: la frase “qué chuchas” pasará a la historia ligada a su nombre. Se vio obligado a hacer concesione­s a las demandas de sus nuevos aliados socialcris­tianos: su propuesta de aflojar las restriccio­nes para la tenencia de armas de fuego es el caso paradigmát­ico. Y terminó ofreciendo insensatec­es difíciles de integrar a su estilo de hacer política: girar a la Virgen del Panecillo para que mire hacia el sur de Quito, por ejemplo. Sin embargo, nada de esto lo define. Su presidenci­a marcaría el período de transición que Lenín Moreno fue incapaz de abrir en la suya. Un período en el que las reivindica­ciones sociales sobre derechos de las mujeres y las minorías tendrán que esperar por mejores días.

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