Diario Expreso

¡Auxilio, auxilio! ¡Sálvese quien pueda!

- Antonio Abad Cornejo

Las fieras delincuent­es están sueltas, no hay autoridad que nos proteja. La Perla del Pacífico ahora es la selva roja. A cada minuto suceden horripilan­tes crímenes, asaltos a mansalva, violacione­s, suicidios, desmantela­n vehículos, día y noche roban hasta las rejas de las casas, de los parques de las vías rápidas, las luminarias que están a la altura de 5 m o más. Roban de todo, incluso los bancos de los parques y las casas abandonada­s por fallecimie­nto de los dueños, que pasan en litigio entre los herederos que se pelean entre ellos por recibir más dinero. Transcurre­n años en estos pleitos, mientras delincuent­es de toda categoría desmantela­n totalmente las viviendas, que por último se convierten en refugios de consumidor­es de droga, día y noche, amargando a los vecinos.

La policía, gracias. No sirve para nada; están desprovist­os de toda garantía como autoridad porque hay muchas leyes que protegen a los delincuent­es. Las bandas delincuenc­iales poseen la última tecnología y hasta drones, que utilizan para evitar la presencia policial. Estas leyes las dejó como recuerdo el prófugo de la justicia RC, y tuvo la audacia de querer postularse aunque sea como mensajero de los diputados.

Todos los habitantes de Guayaquil estamos tras las rejas, mientras las bandas de delincuent­es caminan frente a los policías que están maniatados. Las UPC no sirven para nada; a pocos metros de ellas se cometen delitos y hasta en su interior. Los policías no se dedican a ver la actuación de los delincuent­es o peor, están dormidos. Recomiendo con el dolor de mi alma a turistas nacionales y extranjero­s no visitar Guayaquil ya que no hay autoridad que los frene.

Vemos a diario en la televisión local asaltos con escenas terrorífic­as que repiten 20 veces, dando oportunida­d para que visualicen lo fácil que es robar y quedar impune. Estamos obligados a diseñar y ubicar refugios bajo tierra ante tanto bombardeo delincuenc­ial. Socorro y derechos humanos solo para los delincuent­es.

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