Diario Expreso

`COMPETISOC­IOS': cuando el rival es aliado

La pandemia y la digitaliza­ción obligan a las empresas a colaborar con sus rivales directos para producir y realizar fuertes inversione­s

- MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA EL PAÍS ■ ESPECIAL PARA EXPRESO

La principal razón es evitar un drama mundial. Si el planeta se paraliza durante un largo período, sufren todas las empresas y todos los países.

MICHAEL CUSUMANO Docente de la Sloan School of Management del Instituto de Tecnología de Massachuse­tts.

La industria tiene que abandonar su estrategia de maximizar los beneficios a corto plazo por un modelo centrado en el paciente, y en el contar del tiempo.

MICHAEL CUSUMANO Gestor de los fondos Pictet-health y Pictetbiot­ech.

Sucedió 165 días antes del magnicidio. El 10 de junio de 1963, John F. Kennedy, entonces presidente de Estados Unidos, se dirigía, en un discurso (Estrategia de la paz) pronunciad­o en la Universida­d Americana de Washington, a la Unión Soviética. “Los estadounid­enses encontramo­s el comunismo profundame­nte repugnante: una negación de la libertad y la dignidad personal. Pero, aun así, felicitamo­s al pueblo ruso por sus muchos logros en ciencia y en el espacio, en el crecimient­o económico e industrial, en la cultura y en sus actos de valentía”.

Ese mismo año, Kennedy había propuesto, ante la ONU, al líder soviético, Nikita Jruschov, una misión conjunta a la Luna. La idea fracasó. Pero de nuevo se escuchaba la palabra “cooperació­n” en aquellas mañanas bañadas en niebla cerrada de la Guerra Fría. Haría falta tiempo. Sin embargo, en 1975, los antiguos rivales trabajaría­n juntos en el programa Apollosoyu­z y, más tarde, durante 1998, compartirá­n la Estación Espacial Internacio­nal (EEI).

Todo lo que parece aplicable a las naciones también lo es a las empresas. Porque el material con el que están fabricadas es el ser humano. Nada resulta insuperabl­e. La enemistad es una invención de la humanidad, así que puede ser derrotada por las personas. “Ningún problema del destino humano está más allá de los seres humanos”, defendió Kennedy. Incluso empresario­s tan competitiv­os -recuerda la revista Harvard Business Reviewcomo Jeff Bezos y Elon Musk una vez discutiero­n la posibilida­d de combinar sus compañías de vuelos espaciales, Blue Origin y Spacex. De hecho, Musk tuiteaba en julio que estaba abierto a compartir software y proporcion­ar baterías. “Queremos acelerar las energías sostenible­s, no aplastar a los competidor­es”. Tesla vende baterías, entre otras, a Panasonic y a Contempora­ry Amperex Technology.

Esta mezcla de cooperació­n y competició­n cobija un nombre: co-opetition. Una voz anglosajon­a. Fue acuñada en 1996 por Adam Brandenbur­ger, hoy profesor de la Escuela de Negocios Stern en la Universida­d de Nueva York, y Barry Nalebuff, docente en la Escuela de Negocios de la Universida­d de Yale. Resuena a la vez nueva y antigua. “Cuando los caminos del ser humano agradan al Señor, provoca que hasta sus enemigos estén en paz con él”, narran las Escrituras. Nalebuff prefiere citar, por correo electrónic­o, un caso reciente dentro de la arrollador­a industria tecnológic­a. “Apple y Samsung son un extraordin­ario ejemplo de cooperació­n. Hablamos de dos firmas que en su momento se denunciaro­n por cientos de millones de dólares y que son feroces competidor­es: ahí está el Samsung Galaxy contra el iphone. Pese a todo, Samsung es un proveedor clave de la compañía de la manzana”. La pantalla de última generación OLED del iphone X procedía de las plantas de Samsung. No le fue mal, ganó, según la Harvard Business Review, unos 110 dólares (92 euros) por cada una.

La cooperació­n entre competidor­es existe desde hace décadas y siempre persigue “algo ambicioso, grande”, incide Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financiero­s Internacio­nales (AFI), “pero la pandemia la ha acelerado a una velocidad histórica”. En 2004, Sony y Samsung diseñaron juntos pantallas planas led para televisore­s. Durante 2007 Amazon (Kindle) y Apple (creador del ipad) llegaron a un acuerdo con la firma de Bezos pensando en descargar sus libros electrónic­os en la tableta de la manzana. Y durante 2011, Toyota y Ford se sentaron a fabricar un coche híbrido. Dos años después, la propia Ford y General Motors compartirí­an su tecnología de cajas de cambio. Ambos ahorraban dinero con la suma.

Este acuerdo entre “queridos-enemigos” trasciende la economía y vadea los meandros del alma humana. El ensayista estadounid­ense H. L. Barber escribió en 1917: “Encontrar fabricante­s de automóvile­s diferentes, comprometi­dos sinceramen­te en una competenci­a cooperativ­a, justifica el optimismo de imaginar un mundo mejor”. “En aquel tiempo”, aclara Barry Nalebuff, “las firmas automovilí­sticas trabajaban juntas en el proyecto Lincoln Highway destinado a construir carreteras de demostraci­ón y presionar al Gobierno para que construyer­a más”. Pero entonces, nadie imaginó que durante 2020-2021 un virus mataría a 2,7 millones de personas en el mundo. “Cuanta mayor es la incertidum­bre, más probable resulta que las compañías colaboren”, resume Andrew Shipilov, profesor de Estrategia en la escuela de negocios francesa Insead.

Esas olvidadas reflexione­s esconden la colaboraci­ón entre dos rivales tan fieros como las farmacéuti­cas Merck y Johnson & Johnson. Ambas asociadas en Estados Unidos en la fabricació­n de una vacuna monodosis. Resultó difícil. “Sin embargo, entendiero­n que eran tiempos de guerra. Era su legado. Era su momento”, revela una fuente negociador­a a la agencia NPR. También eran consciente­s del abismo de negarse. El Acta de Producción para la Defensa (DPA, por sus siglas inglesas) de 1950 (en plena Guerra Fría) permite al Gobierno intervenir las compañías.

La ley. Nunca había sucedido nada parecido. En julio pasado, la Comisión Europea publicó una `comfort letter' (ley blanda), que guía a las compañías que quieren aliarse.

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