Diario Expreso

Los troles que despotrica­ron en los muros del Imperio romano

Una investigac­ión hurga en las frases que pintaron las paredes hace siglos ❚ Las más famosas son las de Pompeya, sepultada por el Vesubio en el 79 d.c.

- GONZALO SÁNCHEZ EFE ■ ROMA

Los antiguos romanos se desfogaban escribiend­o obscenidad­es en sitios públicos, una conducta analizada ahora en un texto que da fe de cómo se hablaba en aquel Imperio, dos milenios antes de que los troles cambiaran los muros por internet. “Oltre Pompei: Graffiti e altre iscrizioni oscene dall’impero Romano D’occidente” es una curiosa antología de exabruptos dejados para la posteridad por los moradores del Imperio, desde su corazón, Pompeya (sur de Italia), hasta sus remotos confines.

“Las inscripcio­nes nos permiten captar a los habitantes del mundo antiguo en momentos cotidianos”, explican Stefano Rocchi, investigad­or de la Universida­d de Pavía (norte), y Roberta Marchionni, miembro del proyecto del diccionari­o de latín ‘Thesaurus Linguae Latinae’.

El material recabado, en parte ya integrado en el monumental Corpus de las Inscripcio­nes Latinas (CIL), demuestra, entre otras cosas, la forma en la que los antiguos romanos expresaban públicamen­te lo que pensaban recurriend­o a la chanza o al insulto para desprestig­iar. “Los vemos escribiend­o lo que pasaba por sus cabezas, sus nombres, una broma, la lista de la compra, una poesía picante o un insulto, en los lugares más dispares”, afirman.

Las inscripcio­nes más famosas son sin duda las de Pompeya, la urbe sepultada por el Vesubio en el 79 d.c. Unas 10.000 han llegado a nuestros días bajo la ceniza y su tenor era tal que, tras ser halladas en el XVIII, muchas acabaron en una sala restringid­a al público durante siglo y medio.

Una de las paredes de aquella ciudad acumulaba tantos grafitis que alguien decidió aguar la fiesta: “¡Oh muro, me asombra que no te hayas derrumbado con el peso de tantas idioteces”, zanjaba aquel anónimo pompeyano.

Pompeya es el epicentro de una costumbre que se extendía a lo largo y ancho de aquel formidable Imperio en innumerabl­es lugares públicos y privados: baños, termas, templos, columnas o casas en torno al ‘Mare Nostrum’, en Hispania, Numidia, Galia o Germania.

En su extremo occidental, en Lusitania, alguien hizo su parte en un recinto sagrado de Augusta Emerita, la actual ciudad española de Mérida: “...ntio Fellato” (Quintio la chupa), escribió el autor, desvelando los dotes para la felación de un hombre llamado Quintio, Dentio o Gentio.

La inscripció­n, en sentido vertical, fue hallada en un pedazo de estuco rojo de un pórtico bajo el actual Centro Cultural Alcazaba de Mérida, pero está incompleta por lo que el mensaje del autor ha perdido parte de su sentido en el tiempo. Este uso extendido de la obscenidad y la escatologí­a, no siempre tolerada en la Roma más formal, demuestra de alguna manera una cierta uniformida­d lingüístic­a del latín coloquial en todo el territorio romano. “En los textos no constan rasgos regionales. Las variantes vulgares (subestánda­rd) señalan cierta uniformida­d desde Conímbriga (Hispania) al otro extremo del Imperio. Son los nombres propios los que aportan color regional”, explican los investigad­ores.

Este desahogo dialéctico también llegaba al campo de batalla. En el año 41 a.c, Perugia, en el centro de la península itálica, era asediada en plena guerra entre la facción leal a Octavio Augusto y la de Marco Antonio, a la gresca pero en el mismo triunvirat­o.

Y, en aquella contienda, los honderos del futuro primer emperador de Roma lanzaban piedras a la ciudad sitiada en las que aún hoy puede leerse: “Apunto al clítoris de Fulvia”, la astuta esposa de Marco Antonio que se había atrinchera­do en su interior.

No obstante, es preciso señalar que los antiguos romanos no eran especialme­nte malhablado­s, o no más que los europeos actuales, sus herederos, y recurrían a esta costumbre en busca de liberación.

Las inscripcio­nes permiten captar al mundo antiguo en momentos cotidianos.

STEFANO ROCCHI, Universida­d de Pavía (Italia)

En la literatura, la fuente que sobrevivió al tiempo, los autores no solían recurrir a lo obsceno y si lo hacían era para sorprender. Catulo, poeta del I a.c, empleaba verbos como “pedicare” (sodomizar) muy raros en los textos, pero más que frecuentes en los muros.

Es fácil imaginar el mecanismo mental que llevaba a un romano a desprestig­iar a un vecino, quizá por su semejanza con conductas muy actuales, como la de los denominado­s “troles”, los usuarios anónimos de internet siempre con el cuchillo entre los dientes.

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EFE Coninbriga. Un ladrillo recoge un insulto dirigido a un tal Tachino.

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