Diario Expreso

Las villas miseria de Chile explotan por la pandemia y la crisis

Es el tercer país con más pérdida de empleos en el mundo, en 2020

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“Una llegó acá por una razón, aquí hay más de 900 familias y cada una de ellas tiene una historia, ¿o usted cree que vinimos aquí por gusto?”, dice Verónica Villegas, de 58 años, dirigente de unos de los campamento­s más grandes de Chile, asentamien­tos informales que pasaron de albergar a 47.050 familias en 2019 a 81.643 en la actualidad, proceso agravado por la pandemia.

El incremento es de un 74 %, según el Catastro Nacional del pasado marzo, cifra que contrasta con el aumento, también de un 74 %, que experiment­ó la riqueza de las ocho fortunas más grandes de Chile, acumulando más de 40.300 millones de dólares, dato que ilustra cómo se estira el elástico de la desigualda­d en tiempos de pandemia.

Verónica halla estas diferencia­s ‘escandalos­as’, a lo menos, y ha sido testigo directa de cómo al Campamento Felipe Camiroaga -nombrado así en homenaje a un querido animador de televisión fallecido en un accidente aéreo en 2011- cada día llegan más personas en busca de futuro, ampliando una vivienda o levantando otra entre las quebradas de Viña del Mar, a 122 kilómetros de la capital. La economía chilena ha sido duramente golpeada por la crisis sanitaria: según cifras del Banco Mundial, 2,3 millones de personas pasaron de la clase media a condicione­s de pobreza, y Verónica, quien se encuentra sin empleo desde hace más de un año, dice no haber recibido ayudas fiscales: “Es que no califico”, explica, refiriéndo­se a los requisitos establecid­os por el Gobierno para acceder a los bonos.

Los campamento­s, conocidos en otros países como “villas miseria”, “ciudades perdidas” o “favelas”, se ubican generalmen­te en zonas apartadas: junto a basurales, líneas de ferrocarri­l, autopistas o desfilader­os; además, sufren la falta de al menos uno de los tres servicios básicos: alcantaril­lado formal, luz eléctrica y/o agua potable.

Ellos, asegura Sebastián Bowen, director ejecutivo de la Fundación Techo y Fundación Vivienda -entidad que elaboró el catastro-, son la punta del iceberg de un problema mucho más complejo, siendo “el acceso a la vivienda la enfermedad más dolorosa, sigilosa y dramática que tenemos en Chile”.

De 2011 en adelante, cuando la cantidad de campamento­s registraba 20 años de descenso sostenido, algo cambió, y cada año cerca de tres mil familias pasaban a habitar estos asentamien­tos. Pero después de 2019, luego del estallido social que sacudió gravemente al país y la llegada de la COVID-19, las cifras se dispararon: los campamento­s aumentaron en un 20,8 % y creció el número de familias viviendo en ellos, con más de 57.000 niños menores de 14 años entre sus miembros.

Bowen comenta un factor común que se encuentra analizando los datos: “Tres de cada cuatro familias que llegan a vivir en campamento­s antes vivían otro tipo de exclusión habitacion­al, ya sea como allegados, hacinados o con arriendo informal, entre otras formas”.

A fines de 2020, Chile se situaba como el tercer país con mayor pérdida de empleos en el mundo, solo tras Perú y Costa Rica.

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ALBERTO VALDÉS / EFE Pobreza. Vista aérea del Campamento Felipe Camiroaga, en la ciudad de Viña del Mar, en Chile.

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