Diario Expreso

Qué no hacer con la Asamblea

- CÉSAR FEBRES-CORDERO LOYOLA colaborado­res@granasa.com.ec

La Asamblea Nacional nos está decepciona­ndo. Atrás quedaron las promesas de aprobar 85 leyes en un año. En fiscalizac­ión no han logrado mucho y parecen más ocupados en perseguirs­e unos a otros. Los escándalos de sus miembros la carcomen por dentro y desgastan su imagen. ¿Qué haremos con ella? Una pregunta difícil, para lo que primero es necesario saber qué no nos sirve.

Muchos piden reducir su tamaño o cambiar su estructura, pero es difícil ver cómo nos pueden ayudar estas medidas. Disminuir el número de asambleíst­as no tiene mucho sentido si observamos que nuestra tasa de legislador­es por millón de habitantes no es extraordin­aria ni en la región ni el mundo. Por otro lado, esto podría afectar negativame­nte la representa­tividad del Legislativ­o, que debe ser tan plural como es diverso nuestro país. Si examinamos la posibilida­d de eliminar asesores y personal nos enfrentamo­s a una reducción de la calidad del trabajo legislativ­o dada la falta de preparació­n de tantos legislador­es. Ambas propuestas resultan menos urgentes cuando reconocemo­s que los costos que nos representa la Asamblea son minúsculos dentro del PGE.

Por ese mismo camino van las propuestas de mayores requisitos o de una cámara alta, al menos como las plantean. Más allá de los obstáculos constituci­onales, debería ser evidente para todos que ni los años ni los títulos quitan la deshonesti­dad ni la mediocrida­d. Y no veo que nuestros vecinos regionales bicamerale­s, como Brasil o Argentina, estén muy lejos de nuestra triste situación en general.

Por último, las propuestas para cambiar el método de asignación de escaños o recurrir a la muerte cruzada o una consulta resultan más serias, pero también problemáti­cas. Volver al método D’hondt tal vez nos hubiera evitado la debilitant­e dispersión actual, pero puede llevarnos de vuelta a la servil asamblea de los alza manos. Mientras que el precio de una muerte cruzada y un breve gobierno por decreto, o de una serie indefinida de plebiscito­s nos devolvería al camino del hiperpresi­dencialism­o y generaría demasiada incertidum­bre en un país que necesita un rumbo claro y seguridad.

Es urgente encaminar el debate hacia otras salidas.

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