Diario Expreso

La muerte de Estrada

- XAVIER FLORES AGUIRRE colaborado­res@granasa.com.ec

La muerte del presidente constituci­onal Emilio Estrada el 21 de diciembre de 1911, por un ataque cardíaco, desencaden­ó la violencia en el Ecuador. A raíz de su muerte, los rebeldes alfaristas disputaron el poder al gobierno de Carlos Freile, encargado del Poder. Los rebeldes tenían en el expresiden­te, general Eloy Alfaro, a su líder máximo. Las fuerzas del gobierno tenían como su comandante al también expresiden­te, general Leonidas Plaza. Las tropas se enfrentaro­n bravo en Huigra, Naranjito, Yaguachi. El número de muertos, en enero de 1912, ascendió a unos 3.000. Un nivel de violencia muy alto, incluso para un país acostumbra­do a la imposición por la fuerza como el Ecuador.

Eloy Alfaro nunca ganó una elección popular. Siempre se impuso por la fuerza y usó el mismo procedimie­nto de siempre, es decir, pasar de jefe supremo a presidente constituci­onal por un abracadabr­a de una Convención Constituci­onal por el líder de turno convocada (antes que él: Rocafuerte, Noboa, Urbina, García Moreno -en dos ocasiones- y Veintimill­a). Así lo hizo Alfaro por dos ocasiones: en la revolución de 1895 que desembocó en la Constituci­ón de 1897 y en el golpe de Estado de enero de 1906 que desembocó en la Constituci­ón de 1906. Y pudo ocurrir una imposición por la fuerza por tercera vez, con ocasión de la muerte de Estrada. Pero esta vez vencieron las fuerzas del gobierno, dirigidas por los generales Leonidas Plaza y Julio Andrade.

Alfaro modernizó el Ecuador cuando unió a la capital y a su puerto con el ferrocarri­l en junio de 1908. Ni cuatro años después, el 28 de enero de 1912, a Eloy Alfaro se lo trasladó en el ferrocarri­l a una muerte segura y brutal en una cárcel de Quito. En una ciudad conservado­ra, el líder costeño y liberal, el ‘indio’ Alfaro, fue tratado con particular saña: su cadáver fue humillado, arrastrado por las calles e incinerado en un parque. Fue la revancha de Quito por liberaliza­r un país, concentrad­a en seis chivos expiatorio­s: además de Eloy Alfaro y su hermano Medardo y su sobrino Flavio, Ulpiano Páez, Manuel Serrano y Luciano Coral.

Muerto el general Alfaro, había que dilucidar si el poder quedaba en Plaza o en Andrade. Esto también se resolvió por la muerte. El 5 de marzo de 1912, en la toma de un cuartel de policía en un golpe de Estado orquestado por el general Plaza, una bala (supuestame­nte) perdida lo mató al general Andrade de contado. La bala le dio en el corazón.

Muertos los generales Alfaro y Andrade, se cambió al encargado del Poder por uno adicto al general sobrevivie­nte, se convocó a elecciones y ganó largo el general Plaza. La premisa de su victoria era que quien organiza las elecciones, las gana. Obtuvo el 97,7 % de los votos.

Así, la muerte accidental del presidente Estrada, a raíz de la cual se convulsion­ó un país causando miles de muertes violentas, incluida la del máximo líder liberal, desembocó en la segunda presidenci­a constituci­onal del general Plaza y en el inicio de un inédito período de estabilida­d política (la sucesión de tres gobiernos concluidos: Leonidas Plaza, Alfredo Baquerizo y José Luis Tamayo) que se clausuró en 1925 por un nuevo golpe de Estado, en un episodio que tomó su nombre del mes en que ocurrió: la Revolución Juliana.

En una ciudad conservado­ra, el líder costeño y liberal, el ‘indio’ Alfaro, fue tratado con particular saña: su cadáver fue humillado, arrastrado por las calles e incinerado en un parque’.

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TEDDY CABRERA / EXPRESO

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