Diario Expreso

Picos de violencia y factores criminógen­os

- GAITÁN VILLAVICEN­CIO colaborado­res@granasa.com.ec

La violencia es compleja y multifacto­rial, consecuenc­ia de un proceso histórico; no puede ser imputada a un gobierno sino que es el compendio de múltiples administra­ciones del Estado, aunque no se puede desconocer los errores e incapacida­des de algunos regímenes. Por ello la violencia es definida como una relación social. Coincidimo­s con Michael Ignatieff cuando señala que “la lección complicada de aprender es que el pasado nunca acaba. No termina, porque en algún momento se convierte en el campo de batalla en el que se pelea el presente”. Es lo que nos sucede en esta coyuntura con la guerra contra el crimen y la delincuenc­ia declarada por el banquero presidente del Opus Dei, al imitar a sus referentes políticos colombiano­s Pastrana y Uribe, solicitand­o un “plan Ecuador” al gobierno Biden; esperemos sea sin ninguna versión de falsos positivos.

Las violencias provocadas cotidianam­ente por el crimen organizado a través del narcotráfi­co y la delincuenc­ia callejera, por los robos y asaltos, están produciend­o un miedo creciente en la sociedad, que bloquea mentalment­e y torna en más individual­ista al ciudadano, al conllevar a una situación de terror colectivo debido a que los delincuent­es actúan sin precaución, miedo o vergüenza para la comisión de sus fechorías, provocando crecientes cifras de asesinatos, incluso con graves consecuenc­ias colaterale­s, que destacan la pérdida total de respeto a la autoridad militar-policial, a la sociedad en la que viven, al Estado y hasta a la vida misma (no tienen nada que perder). Todo esto ha hecho que la insegurida­d, manifiesta y creciente, se convierta en un grave problema de la convivenci­a democrátic­a y que hace aparecer a esta como una “democracia sitiada”. No solo la pobreza, desigualda­des, tráfico y consumo de drogas, desempleo juvenil, presencia de cárteles transnacio­nales, precarizac­ión del trabajo e intermiten­cia laboral, entre otros, son factores criminógen­os, sino también la existencia de un Estado fallido que prioriza el pago a los bonistas por sobre la miserable situación de su población, a lo que se agregan una corrupta administra­ción de justicia y fuerza pública, con cárceles hacinadas para los de poncho.

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