El inmenso país de los que huyeron con lo puesto
África subsahariana, el epicentro de conflictos y choques climáticos
El agricultor Blama Koumbo huyó hace seis años y medio de las fértiles riberas del lago Chad para encontrar refugio en este secarral de Fourkoulom barrido por un viento caliente que apenas inmuta a los arbustos que salpican el paisaje. “Además de la tierra, me dedicaba al pequeño comercio y la pesca y tenía unos pocos animales. Pero lo perdí todo”, asegura con amargura. El grupo terrorista Boko Haram arrasó su pueblo y no tuvo más opciones. Unas 30.000 personas conviven en este asentamiento improvisado y aguardan cada mes la llegada de la ayuda humanitaria que les permita tirar un mes más. Una guerra que hace tiempo que no sale en los titulares, pero tan devastadora como cualquier otra, les obligó a huir. Desde el primer minuto sueñan con un regreso imposible.
Las tiendas de plástico y las casetas de barro y paja levantadas con la ayuda de los organismos internacionales se han vuelto el hogar de un millón de personas en Chad, gentes que escapan de conflictos e impactos climáticos como sequías e inundaciones tanto en el interior del país como en sus conflictivos vecinos.
Al sur, la guerra de República Centroafricana; al este, el problema de Darfur sudanés; al oeste, el yihadismo de Boko Haram y Estado Islámico que sacude a Nigeria y Camerún. Y las cifras van en aumento. En el mundo hay ya 100 millones de personas que dejaron atrás sus casas forzadas por crisis similares, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados
(Acnur), frente a los 82,4 millones del año pasado. Un enorme país en movimiento.
En Amma, junto al lago Chad, el profesor Atchoumgue Sagorzou se desgañita para meter en vereda a los más de 200 niños que cada día vienen a su clase. La financiación de la Agencia Humanitaria de la Unión Europea (ECHO) ha permitido levantar estas aulas en medio de la nada, pero las condiciones son duras. “A muchos apenas los conozco, me suenan sus caras, pero es imposible que me aprenda los nombres de todos”, asegura Sagorzou mientras un pequeño recita la lección en la pizarra, el único mueble de todo el aula.
Este asentamiento acoge a unos 25.000 desplazados internos que huyeron de la violencia yihadista.
Bajo las palmeras de Kalambari, a una media hora de distancia de Yamena, la capital chadiana, los motivos son otros, pero el resultado es idéntico. En agosto pasado estalló un conflicto intercomunitario en la vecina Camerún, donde también golpea Boko Haram, entre pescadores y pastores que compiten por recursos cada vez más escasos y unas 60.000 personas huyeron en dos oleadas hasta Chad. La estación de lluvias se acerca y todos temen que fenómenos extremos vuelvan a hacer la vida imposible a estos refugiados climáticos.
“Cien millones de refugiados y desplazados es una cifra asombrosa”, asegura Filippo Grandi, responsable de Acnur, quien ha hecho un llamamiento a una acción inmediata. Mientras la comunidad internacional se ha volcado para atender las necesidades de la población que huye de la guerra de Ucrania, los fondos necesarios para abordar la ayuda humanitaria de los conflictos en África decrecen.