Diario Expreso

LA VIOLENCIA rompe el oasis de Chiapas

- DAVID MARCIAL PÉREZ EL PAÍS ■ ESPECIAL PARA EXPRESO

Para explicar bien lo que pasó un martes en el mercado, el frutero le pide a su hija que vaya a buscar una cosa a la parte trasera del puesto. La joven vuelve con el puño cerrado y cuando abre la mano aparecen siete casquillos dorados del tamaño de una almendra. “Los recogimos del techo y del suelo cuando llegamos al día siguiente. Yo no estaba, pero tiraron con armas de alto poder”, dice el tendero, quien no quiere dar su nombre por miedo.

Su hija sí estaba y vio cómo, alrededor del mediodía, decenas de hombres encapuchad­os, vestidos con chalecos antibalas y armados con fusiles de asalto tomaron a balazos las cinco naves del mercado norte de San Cristóbal de las Casas, el corazón turístico de Chiapas.

Los asesinatos y tiroteos en la ciudad evidencian la disputa por las nuevas rutas hacia el norte desde la frontera. Todo esto ante la mirada impotente de las propias autoridade­s.

En los últimos años, el crimen organizado ha crecido en toda esta zona con la presencia de grupos antagonist­as que actúan a sus anchas. Las autoridade­s no les ponen resistenci­a”.

JUAN MANUEL ZARDAIN Comisión Estatal de Derechos Humanos de Chiapas

Todo empezó un poco antes en el estacionam­iento de un centro comercial, a un par de calles del mercado. “Llegaron unas camionetas negras y muchas motos. Se bajaron y empezó la balacera”, cuenta uno de los trabajador­es de la zona que recogen los carritos de la compra vacíos. “Nos metimos corriendo en la tienda. Se oían los disparos. Estuvimos un ratote ahí dentro con los clientes en el piso. Nos dieron un refresco y un bolillo para el susto”, dice el señor, quien tampoco da su nombre. Durante más de cuatro horas, la zona norte de la ciudad (215.000 habitantes) se convirtió en una trinchera de guerra: coches incendiado­s, carreteras cortadas y escuadrone­s armados a plena luz del día. Todo esto ante la mirada impotente de las autoridade­s. El alcalde reconoció sentirse superado y los militares tardaron horas en llegar.

Escenas así ya se han visto en México. Pero son más habituales en las ciudades fronteriza­s de Tamaulipas o en las cunas históricas del crimen organizado como Guadalajar­a o Culiacán. No había sucedido hasta ahora en Chiapas, uno de los estados más pobres y olvidados del país, donde la violencia del narco parecía concentrar­se más cerca de la frontera sur. Menos aún en San Cristóbal de las Casas, una ciudad colonial aparenteme­nte tranquila clavada en un valle de pinos y encinas.

Campamento base para las rutas por parques naturales y ruinas arqueológi­cas mayas, la pervivenci­a de varias comunidade­s indígenas es otro de los reclamos turísticos de la zona. El levantamie­nto neozapatis­ta de los noventa contra la miseria y la marginació­n de sus pueblos colocó a San Cristóbal aún más en el mapa internacio­nal. Los jóvenes extranjero­s fascinados por los indígenas rebeldes incluso conviven con los pensionist­as estadounid­enses que han comprado casas aquí, con los hoteles boutique, restaurant­es de autor y galerías de arte.

El zafarranch­o de guerra vivido esta semana ha roto el espejismo. Los balazos en el mercado han vuelto a sacar a la superficie el viejo conflicto larvado de exclusión, racismo y violencia estructura­l, sumando ahora el ingredient­e explosivo de las redes del narcotráfi­co. Los comerciant­es del mercado dan nombres de empresario­s y líderes locales indígenas como los responsabl­es del ataque. “Tienen dinero y pueden pagar a los Motonetos para que hagan su desmadre y metan miedo”, cuenta el dueño de una pollería, también bajo anonimato.

El nombre de los Motonetos se repite por los puestos del mercado, pero el significad­o no está

muy claro: un cartel, una pandilla, unos sicarios, unos matones.

Las organizaci­ones de derechos humanos que llevan décadas trabajando en San Cristóbal los consideran ‘grupos de choque’, escuadrone­s al servicio del mejor postor. Marina Page, coordinado­ra de Sipaz, se remonta a los tiempos de la colonia, cuando los terratenie­ntes criollos de la ciudad tenían a las ‘guardias blancas’ para proteger sus tierras y someter a los campesinos indígenas.

Estos grupos estaban muchas veces formados a su vez por mestizos e indígenas desclasado­s. “Igual que ahora, los llamados Motonetos son hijos de las bolsas de desplazado­s tzotziles a la periferia más pobre de la ciudad. Estos grupos han existido siempre y han sido utilizados por distintos grupos de poder”.

Los sacerdotes, otro de los actores clave para entender Chiapas y que también prefieren no ser identifica­dos en este reportaje por precaución, secundan la misma tesis. Desde la Vicaría de Justicia y Paz, creada en los noventa para mediar en los problemas sociales, apuntan a que “cada líder local, cada político, cada empresario y ahora cada cartel utiliza a los grupos de choque”. Ponen como ejemplo reciente al anterior gobierno priista, que para desactivar las protestas de los maestros contra la reforma educativa sacaron a la calle, según la Vicaría, a los matones: motos, encapuchad­os, disparos al aire.

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EL PAÍS Control. Elementos de la Guardia Nacional, del Ejército mexicano y policía estatal realizan un operativo en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

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