La Asamblea, siempre fiel a su caricatura
Lasso da pereza (infinita)
■ La situación de Guillermo Lasso está clarísima: si los correístas consiguen 92 votos en la Asamblea, lo echan con una patada en el trasero. No importa lo que diga; o las pruebas de descargo que presente; o las movidas mágicas que ejecute sobre el tablero de ajedrez sacando decretos y volviéndolos a poner; 92 votos y chao, así de simple. Sin embargo, como la Democracia es una señora justa y generosa, el procedimiento le concede la oportunidad de dirigirse al Pleno y defenderse. No hay límite de tiempo. No hay restricción de tema. Él puede, con todas las razones que lo asisten, dirigirse a este país tan angustiado, dividido, secuestrado, y conmoverlo, iluminarlo, esperanzarlo. Puede acusar, con sagrada indignación, a los conspiradores: exponerlos, desnudarlos, arrastrarlos. Y hacerlo con la autoridad moral de un presidente víctima del golpismo. La tribuna está lista. El país lo escucha: 30 mil personas (¡100 veces más que las habituales 300!) se han conectado a la transmisión de la sesión parlamentaria. Y él no va.
Envía a un oscuro asesor jurídico que empieza a leer, con el tono monocorde que caracteriza a los de su especie, un intrincado texto según el cual todo parece depender de la conjunción copulativa del artículo tal. Un texto que se pone a enumerar promesas de campaña cumplidas. Y mientras el país aún no se recupera del trauma de 12 días de violencia, ahí está el asesor, hablando de... (hay que tomar aliento para decirlo) ¡procesos agrotecnológicos contra las plagas del banano! El novelista español Javier Marías escribió alguna vez una despiadada crítica contra Mariano Rajoy, entonces presidente del gobierno de su país, por haber callado durante tres minutos. Se presentaba en el Congreso de los Diputados, disponía de 15 minutos para dirigirse al país y habló 12. ¿Cómo es posible?, se escandalizaba Marías. ¿No tiene nada que decir el presidente? ¡Al país! ¡Se para frente a 40 millones de españoles y guarda silencio durante tres minutos! Pues bien: Guillermo Lasso es mucho, pero mucho peor. Mariano Rajoy sólo era medio pendejo.