Científicos chilenos se alían con elefantes marinos para explorar el fin del mundo
Colocaron satélite a seis animales. Buscan ver la clase del agua y especies
El 23 de enero, un grupo de científicos chilenos y un británico cruzaron a Tierra del Fuego por el Estrecho de Magallanes hasta Caleta María, una pequeña estancia a media hora de navegación de Bahía Jackson, en el extremo sur de Chile. Llegaron allí buscando a la única gran población residente de focas elefante (Mirounga leonina) en el país, que puede llegar a sumar hasta 160 individuos entre octubre y noviembre, los meses reproductivos, según la Wildlife Conservation Society. Después de este periodo, los elefantes marinos mudan la piel y el pelo, y retornan a sus travesías por los mares del fin del mundo. “Necesitábamos pillar animales que ya hubiesen mudado, pero que todavía no se iban”, dice Maritza Sepúlveda, ecóloga marina de la Universidad de Valparaíso, quien lidera un proyecto que recurre a estos pinnípedos para que hagan las veces de exploradores y recolecten datos oceánicos en el extremo sur.
Para colocarles los transmisores satelitales, los científicos debían asegurarse de que los animales ya hubieran mudado su pelaje para que no se les despegara de la piel. Los investigadores eligieron a algunas de estas focas —tres machos y tres hembras— y les pusieron los aparatos. Su objetivo era doble: capturar datos del océano y de estos mamíferos marinos.
Se eligió a los elefantes marinos porque son grandes buceadores: pueden llegar a descender hasta los 2.000 metros de profundidad, explica Manuel Castillo, oceanógrafo de la Universidad de Valparaíso. Con los datos que recolectan, cada vez que emergen a la superficie, el aparato conecta con el satélite, la información es triangulada y los científicos pueden revisarlos en una página web.
El estudio que está haciendo este grupo de científicos mide la estructura de estas aguas, lo que implica tomar datos a distintas profundidades. Y esta era una “oportunidad única”, dice Castillo. “Es muy difícil hacerlo con la forma típica que usamos. Usualmente vamos en una embarcación, llevamos nuestro instrumental y bajamos”, dice al describir el método tradicional de exploración. Pero es una hazaña “súper complicada logísticamente”, además de cara y compleja, sobre todo en los accidentados canales y fiordos australes. “La foca elefante era ideal y ya estaba probado que tenía estas capacidades para llegar profundo y hacer múltiples inmersiones”, destaca. Igualmente, a diferencia de las ballenas y delfines, después se congregan en un mismo lugar: “Se trasladan, pero luego vuelven a un lugar donde puedes topártelos”, comenta. “Hay diferentes formas de aprovechar la tecnología en organismos de una forma pasiva, y no estresarlos tanto”. En playas rocosas, cargadas de algas y árboles que se varan en la bahía empujados por la corriente, reposan las focas, mientras tierra adentro perseveran los pastizales de la fría estepa. “Ahí los elefantes marinos están bien tranquilos”, describe Sepúlveda. Entre fuertes vientos, gaviotas, cormoranes, bandurrias y solitarios cóndores que sobrevolaban los cerros cercanos —desde donde caía una cascada de un glaciar—, los científicos elegían qué individuos anestesiar para ponerles los transmisores.
Entre las focas marinas, los machos dominantes miden hasta cinco metros, más grandes que las hembras; algo que no es común en los pinnípedos.
EL DETALLE
Uso. El satélite atrapa algunos datos clave son la temperatura y la salinidad a diferentes profundidades y alturas, de la superficie al fondo y de otras especies.