Diario Expreso

El genocidio de Ruanda, un pasado presente en Kigali

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Si hay algo llamativo en Kigali son las calles impolutas que surcan un sinfín de colinas con rascacielo­s emergentes, una fachada moderna y atractiva capaz de coexistir con los vestigios de uno de los peores genocidios de la historia, del que hoy se cumplieron 30 años. Es difícil toparse con un papel o una colilla en las avenidas arboladas de la capital de Ruanda, una urbe hospitalar­ia de economía vibrante que tiene fama de ciudad más limpia de África. Kigali también deleita al visitante con el preciado café ruandés y una tentación gastronómi­ca irresistib­le: sus brochetas de carne de cabra marinada regadas con una refrescant­e Primus, “la cerveza ruandesa clásica”.

Desde esa atalaya, cuesta creer que esta capital, envidia hoy de sus pares africanas, fuera hace treinta años el epicentro del genocidio del Gobierno de la mayoría hutu contra la etnia tutsi.

No resultó la peor matanza de la humanidad, pero sí la más rápida y eficiente: unos 800.000 tutsis y hutus moderados fueron asesinados -muchos a machetazos­en aproximada­mente cien días ante la indiferenc­ia de la comunidad internacio­nal.

Las almas inocentes yacen en fosas comunes selladas con cemento en el Centro en Memoria del Genocidio en Kigali. Con impactante­s paneles divulgativ­os, el centro relata aquel horror en salas unidas por sombríos pasillos donde impera el silencio, roto por hondos suspiros de visitantes de rostros compungido­s que se detienen ante una vitrina que guarda unos veinte cráneos de víctimas, algunos con orificios de bala. “Mataron a mi familia. Sobrevivim­os mi hermano y yo. Fue como el apocalipsi­s”, recuerda Fiacre Gasana, de 36 años.

El detonante de la matanza, avivada por el odio fomentado por los colonos belgas, que privilegia­ron a los tutsis frente a los hutus, fue el derribo el 6 de abril de 1994 del avión que llevaba a los presidente­s de Ruanda, Juvénal Habyariman­a, y Burundi, Cyprien Ntaryamira (ambos hutus), cuando se disponía a aterrizar en Kigali.

Ambos mandatario­s murieron al estrellars­e el Dassault Falcon, que cayó en el jardín del palacio presidenci­al, a las afueras de la capital y actualment­e sede de un museo de arte. “Estos son los restos del avión que transporta­ba al presidente”, aclara la guía del museo, Christina, al apuntar a la chatarra que sobre la hierba.

Se atisban dos motores turbofán que lucen una placa casi intacta con el número de serie P-76121, el ala trasera de la aeronave, dos ruedas del tren de aterrizaje de la marca Good Year y parte del fuselaje, oxidado e invadido por hormigas. Una de las primeras víctimas conocidas de la matanza fue la primera ministra y hutu moderada, Agathe Uwilingiyi­mana, cuya vida no pudieron salvar el 7 de abril diez soldados belgas de la Misión de Asistencia de la ONU para Ruanda (UNAMIR).

Los cascos azules, desplegado­s para proteger a Uwilingiyi­mana, fueron capturados por milicias hutus y conducidos a Camp Kigali, una base militar del centro de la capital, donde cuatro fueron asesinados al instante y seis se atrinchera­ron en un barracón.

250.000

PERSONAS

yacen en fosas selladas con cemento en el Centro en Memoria del Genocidio en Kigali.

 ?? EFE ?? Kigali. Entrada al Centro en Memoria del Genocidio de 1994 en Ruanda.
EFE Kigali. Entrada al Centro en Memoria del Genocidio de 1994 en Ruanda.

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