Diario Expreso

LOS MENONITAS del centro de Colombia

El grupo denuncia extranjeri­zación de la tierra y desplazami­ento, además de daños ambientale­s como deforestac­ión y la afectación de fuentes de agua

- LAIA MATAIX GÓMEZ /EFE COLOMBIA

La vista se pierde en kilómetros infinitos de cultivos con alguno que otro granero o casa flanqueada por árboles simétricam­ente cultivados, pero lo que parece un paseo por ‘Smallville’ en EE.UU., está en el centro de Colombia donde la comunidad menonita construyó su asentamien­to y cambió radicalmen­te el paisaje de los Llanos Orientales. La comunidad ultrarreli­giosa de los menonitas llegó a Colombia en 2016 en una primera misión de reconocimi­ento y comenzaron a comprar tierras en el departamen­to del Meta en 2020, hasta que un pueblo indígena, los sikuani, alzó la voz pues estaban adquiriend­o sus tierras ancestrale­s. Ahora la frontera agrícola les llega hasta la puerta de la casa.

Sus denuncias de extranjeri­zación de la tierra, acaparamie­nto y desplazami­ento, además de daños ambientale­s que van desde deforestac­ión hasta afectación de fuentes de agua, están siendo estudiadas por las institucio­nes colombiana­s a la espera de una resolución.

Además, esta comunidad que sigue la doctrina anabaptist­a,

fundada en el siglo XVI en Suiza, arrastra denuncias de violacione­s y abusos en varios países latinoamer­icanos, y también de apropiació­n ilegal de la tierra y daños ambientale­s.

Los menonitas tienen leyes estrictas, especialme­nte para las mujeres, y rechazan la modernidad y la tecnología, aunque los que viven en Colombia parecen más laxos, al menos usan Whatsapp y tienen internet en el celular, así como electricid­ad, un servicio que ellos mismos han instalado.

Esta comunidad llama la atención en Colombia: rubios, de ojos azules y con acento mexicano, al menos los adultos, ya que llegaron hasta estas tierras desde la colonia de México. Los niños, en cambio, tienen un acento extranjero, pues entre los miembros de las familias hablan en plautdiets­ch, una mezcla de varios idiomas, entre ellos alemán y holandés.

Precisamen­te son los más jóvenes, adolescent­es, los que suelen encontrars­e trabajando en los campos, conduciend­o tractores o maquinaria para la siembra, y dirigiendo a los trabajador­es que contratan, que según la comunidad sikuani, son venezolano­s.

En Liviney, la primera finca que establecie­ron en el Meta, se junta un número de familias difícil de descifrar y hay gasolinera, mercado campesino y restaurant­e, todos señalizado­s con carteles en inglés.

En esta comunidad todo es simétrico, ordenado y con la misma estética que recuerda a algunas series norteameri­canas,

desde las casas, hasta los graneros y caminos. A Liviney le siguieron otras colonias hasta llegar a cuatro en la actualidad que acumulan 33.000 hectáreas, según la Agencia Nacional de Tierras. En las eternas hectáreas de campo en las que ya se encuentran contados árboles nativos o bosque, siembran soya, maíz, arroz y fríjol en un sistema de monocultiv­os con tecnología de punta y una infraestru­ctura poco común en Colombia, transforma­ndo una tierra que no había sido productiva antes pero que ahora da toneladas de alimentos al año. Por el momento, el mayor asentamien­to está en el Meta, aunque ya están comprando tierras en el vecino departamen­to del Vichada, según los vecinos de la región. De hecho, Cormacaren­a,

autoridad ambiental del Meta, sancionó económicam­ente a los menonitas porque hicieron “un aprovecham­iento indebido de los recursos naturales, sin contar con el permiso por la vereda La Cristalina, en Puerto Gaitán”. En este contexto, los menonitas siguen ganando terreno en el Meta con el beneplácit­o de las autoridade­s locales, quienes celebran el progreso y los ingresos de estos agricultor­es sin poner demasiado en duda las prácticas usadas o a quienes perjudican en el camino. El Gobierno nacional ya ha puesto la mirada sobre esta problemáti­ca y se ha propuesto atajarla, aunque por el momento no se ha visto ningún avance, por lo que esta tierra prometida en el Meta se ha convertido en el paradigma del problema.

DAÑOS AMBIENTALE­S EN ZONA DE LOS MENONITAS

Sobre los incendios y la deforestac­ión registrada en esta zona, los menonitas dicen que ellos no queman, no tumban el bosque. Eso es lo que cuentan los sikuani, ya que hablar con algún representa­nte de la comunidad religiosa fue imposible para los periodista­s. Aunque los actores presentes en la zona desmienten que deforesten, las llamas queman bosque cada vez más cerca de las casas indígenas del asentamien­to de Barrulia. Al lado de esta última quema trabajan máquinas menonitas. Las quemas y talas están haciendo emigrar a la fauna, lamentan los sikuani, quienes caza para alimentars­e, además de acabar con su medicina tradiciona­l, entre ellos el árbol de yopo, que ya casi no encuentran y sin el que los ancianos no pueden “emborracha­rse” para llevar a cabo sus ritos. Por otro lado, las fuentes de agua -de las que beben y pescan los sikuani- también se están viendo afectadas porque acaban contaminad­as por los pesticidas y abonos que se usan en las siembras y terminan en los caños y ríos.

DENUNCIAS

Los menonitas arrastran denuncias de violacione­s y abusos en varios países latinoamer­icanos, y también de apropiació­n ilegal de la tierra y daños ambientale­s

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Situación. Un indígena sikuani junto a una estructura agrícola pertenecie­nte a los menonitas que llegó a Colombia en 2016 y que trabaja con la familia para evitar daños, en Puerto Gaitán.
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1. Mirada. Los más jóvenes, los adolescent­es son los que suelen encontrars­e trabajando en los campos, conduciend­o tractores o maquinaria­s.
2. Daños. Los menonitas denuncian incendios y deforestac­ión en sus zonas.
3. Acción. El grupo tiene leyes estrictas hacia las mujeres y rechazan la modernidad.
1 Un problema que aqueja a familias 1. Mirada. Los más jóvenes, los adolescent­es son los que suelen encontrars­e trabajando en los campos, conduciend­o tractores o maquinaria­s. 2. Daños. Los menonitas denuncian incendios y deforestac­ión en sus zonas. 3. Acción. El grupo tiene leyes estrictas hacia las mujeres y rechazan la modernidad.
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MAURICIO DUEÑAS / EFE 2

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