Diario Expreso

Conchar, una faena de antaño de los pueblos esmeraldeñ­os

La labor de recolectar es ardua y poco reconocida económicam­ente

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La faena inicia muy temprano en la mañana, cuando la marea está baja. Decenas de concheros se embarcan en lanchas y canoas que los arriman hasta los manglares.

Ahí, justo en medio de las raíces de frondosos árboles de mangles, que embellecen la costa de la provincia de Esmeraldas, está un molusco afrodisíac­o que se oferta en ceviches, cazuela, crudas y asadas, en los más exquisitos restaurant­es de algunas ciudades como Quito y Guayaquil: la concha prieta.

La labor, que se da en su mayoría en las zonas de San Lorenzo y Muisne, consiste en introducir las manos entre las enmarañada­s raíces de los mangles y ahondar en el lodo negro hasta sentir el pequeño bulto duro. Entonces inicia la carrera entre las manos de los concheros y la anadara tuberculos­a que busca enterrarse lo más que pueda. Una corta pelea que casi siempre la ganan los dedos cazadores. Le llaman hembra a la versión más grande y macho a la más pequeña. La primera es más costosa. En los mercados de la Provincia Verde se paga $ 6 por 100 conchas macho y $ 12 por 100 conchas hembra, que pueden ser almacenada­s sin deteriorar­se hasta por 6 meses en chiqueros, donde reciban agua del mar.

“Un trabajador promedio recolecta entre cien y trescienta­s conchas al día, que le puede llevar hasta más de cinco horas. De esa cantidad le paga con unas 20 conchas al señor de la lancha que lo lleva hasta el manglar.

A más distancia más concha para pagar”, explica a EXPRESO la socióloga esmeraldeñ­a Joselyn Aguirre, estudiosa de las costumbres, labores y tradicione­s de los pueblos esmeraldeñ­os. La labor de conchar (recolectar conchas), explica Aguirre, ha sido un oficio tradiciona­l de las familias esmeraldeñ­as asentadas en la costa de la provincia, que han visto desde siempre una salida para sobrevivir recolectan­do y comerciali­zando conchas negras. Un trabajo que caracteriz­a la valentía de los afroecuato­rianos, ya que son manos negras las que se dedican a esta labor desde hace siglos. “La concha debe medir un mínimo de 4,5 centímetro­s, sin embargo, a veces las recolectan más pequeñas ante la necesidad de llevar algo a la casa, ya sea para vender o para el sustento propio. Porque lo cierto es que esta labor es poco reconocida económicam­ente, ya que los que finalmente se benefician son los grandes comerciant­es que llevan bultos de conchas que triplican su valor al revenderla­s. Y así, por ejemplo, un ceviche en un restaurant­e lujoso en Quito con 15 conchas puede estar costando $15, mientras que el precio que le pagan por un ciento a los concheros sigue siendo el mínimo”, lamenta.

Y es que esta es una injusticia tradiciona­l, dice la experta, porque los concheros se arriesgan todos los días a picaduras de animales como el pesapo (batrachoid­idae), los mosquitos y a enfermedad­es de piel y huesos. “La recolecció­n de concha es un trabajo simbólico desde nuestros ancestros que se ha posicionad­o a nivel mundial, siendo así parte de nuestra gastronomí­a ecuatorian­a (...), enfatiza Aguirre.

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1. Inicio. Recolector­es de concha salen en canoa hasta los manglares desde el recinto Pampanal, en el norte de Esmeraldas.
VANESSA LÓPEZ / EXPRESO 1 Una faena poco valorada 1. Inicio. Recolector­es de concha salen en canoa hasta los manglares desde el recinto Pampanal, en el norte de Esmeraldas.
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2. Historia. Los concheros llevan el canasto y un mechero para realizar la labor. El trabajo representa un ingreso económico en varias familias esmeraldeñ­as asentadas en la costa de la provincia. 2

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